diciembre 19, 2025

El dimmer de la autocensura

Todos los periodistas y los medios llevamos un dimmer incorporado. No es un interruptor tajante de encendido o apagado, sino un regulador silencioso de autocensura para graduar la intensidad de la luz que proyectamos sobre los hechos.

Hablamos del mecanismo por el cual el periodista o el medio callan, omiten o matizan para esquivar una amenaza. Es el sacrificio de una parte de la verdad —sin necesidad de tergiversarla— con el único fin de sobrevivir. Por mucho tiempo ese silencio lo dictaba la violencia directa. Hoy, el regulador se activa por factores más invisibles, como el escarnio público, las demandas con resarcimientos estratosféricos y las campañas de odio que buscan asfixiar los hechos antes de que sean revelados.

La autocensura avanza hoy más rápido que la censura directa. Así lo advierte la Unesco en su reciente estudio sobre Tendencias Mundiales en Libertad de Expresión. Mientras esta libertad cayó un 10 por ciento en la última década, la autocensura en los medios aumentó un 63 por ciento. Es el riesgo más silencioso para la libertad de prensa porque no necesita prohibiciones burdas; opera mediante la estigmatización y el hostigamiento sistemático desde el poder.

En las Américas, esta práctica no distingue ideologías. Desde las "mañaneras" del anterior presidente de México hasta los espacios de descrédito en la Casa Blanca, el objetivo es la carnicería reputacional. Llamar a los periodistas "sicarios de tinta", "cerditas" o "enemigos del pueblo" no busca debatir, sino deshumanizar para que el ataque posterior resulte aceptable. Es una estrategia que recorre todas las ideologías, desde Trump a Milei o desde Petro a Maduro.

En América Latina, la autocensura ha sumado la represalia contra familiares de los periodistas. Gobiernos como los de Cuba, Nicaragua o Venezuela han convertido el afecto en un arma de control. Cuando el castigo se extiende por proximidad, el silencio pasa a ser una forma de protección biológica, es cuando el cerebro activa sus circuitos de supervivencia y el miedo desplaza al juicio crítico. Bajo presión, la prioridad deja de ser la verdad y se pasa a bajar la intensidad de la luz sobre los hechos.

Incluso las demandas por honor se han transformado en herramientas de asfixia. Hoy, al ser económicamente desproporcionadas —como la de Trump contra la BBC por 8.500 millones de dólares—, ya no buscan restaurar reputaciones, sino generar docilidad. Aunque el medio gane el juicio, la demanda cumple el objetivo de agotar o desviar recursos y enviar una señal intimidatoria al resto del ecosistema.

Ante este aumento de la autocensura, los medios y los periodistas tenemos la responsabilidad de encontrar formas creativas y valientes para que este regulador no coarte nuestro deber de informar. Una democracia puede sobrevivir a la censura cuando la reconoce y la enfrenta, pero difícilmente sobreviva a la autocensura cuando la acepta como normalidad.

Cuando la habitación de la libertad de prensa queda en penumbra, no es solo el periodismo el que pierde claridad; es la sociedad entera la que empieza a caminar a oscuras.





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