El Comité de los Premios Nobel decidió que Gianni Infantino recibirá el próximo Nobel de la Paz, porque —al parecer— el fútbol es sinónimo de armonía universal. Hollywood no quiso quedarse atrás y entregará un Oscar a Messi por “una asistencia de película” con la que coronó al Inter Miami en la MLS.
Inspirados por la tendencia, los Grammys anunciarán en el Mundial 2026 un premio al cantante que interprete el mejor himno nacional de la historia.
Todo esto en reacción al entusiasmo de la FIFA,
que durante el sorteo del Mundial 2026 decidió otorgarle a Donald Trump el
primer Premio por la Paz. Si el expresidente estadounidense lo merece o no,
queda para otro debate.
La pregunta real es otra: ¿qué pretende la FIFA
repartiendo premios políticos, ignorando sus propios estatutos? Mientras tanto,
la NBA y la NFL conquistan mercados llevando partidos a Madrid, París o Ciudad
de México. Ellos hacen expansión deportiva; la FIFA, marketing diplomático.
Que la FIFA entregue premios no es problema. El
problema es que los entregue fuera del fútbol, como si se sintiera canciller
del planeta. Infantino prefiere el atajo del espectáculo político, una
estrategia de marketing barato en un país donde el fútbol masculino aún es
cenicienta. Aunque no tanto. Estados Unidos posee una de las ligas femeninas
más poderosas del mundo y un seleccionado nacional tetracampeón. Además,
gracias a Pelé, Beckenbauer, Beckham y ahora Messi, el fútbol estadounidense
dejó de ser un invitado para volverse protagonista. El impulso final viene de
los 65 millones de hispanos que llenan estadios cada fin de semana, la mayoría
legales, aunque Trump insista en contar otra historia.
Es cierto, el fútbol puede unir y pacificar. Pero
también alimenta racismo, cánticos de odio y violencia organizada. Antes de
repartir premios por la paz, la FIFA debería concentrarse en evitar otro
FIFAgate, vigilar federaciones donde algunos dirigentes han encontrado nuevas
maneras de beneficiarse, y combatir el amaño de partidos y las apuestas
ilegítimas que crecen como hongos. La historia está llena de advertencias,
incluida aquella guerra absurda entre El Salvador y Honduras que comenzó
también en una cancha.
Sí, hay corrupción en todas las disciplinas. Pero
eso no absuelve a la FIFA ni la autoriza a disfrazarse de estadista global. En
lugar de sacarse selfies con los tres presidentes de Norteamérica, Infantino
podría haber anunciado una rebaja en los precios de las entradas del Mundial,
para que el deporte más popular del planeta no se convierta en un lujo orbital.
Si se trata de premios por la paz, candidatos
sobran, desde la Federación Ucraniana de Fútbol, que mantiene viva una
selección en plena guerra, hasta el equipo femenino de Estados Unidos, que
pelea por igualdad salarial. Y claro, jugadores como Messi o Ronaldo, y clubes
como el Real Madrid, el Barcelona, la Juventus, el PSG o el Manchester City,
que unen al planeta cada fin de semana sin pretensiones diplomáticas.
La paz es otra cosa. El fútbol también. Y cada
cual debería quedarse en su cancha.
