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septiembre 15, 2025

Cambalache digital y la desinformación

 

Les comparto una entrevista que me hizo el periodista Pedro Gómez de ABC Revista de ABC Color, periódico de Paraguay. Agradezco también al abogado César Coll, uno de los ejecutivos de ese medio.

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Ricardo Trotti nos habla del cambalache digital

Ricardo Trotti es un destacado periodista argentino de renombre internacional, quien llegó a ser director ejecutivo y es actual consultor de la Sociedad Interamericana de Prensa. Con nuestro país lo une los fuertes vínculos en defensa de la libertad de prensa y de expresión. Acaba de presentar su libro, el primero de una trilogía sobre un tema de actualidad fascinante y a la vez preocupante, la inteligencia artificial: Robots con alma: atrapados entre la verdad y la libertad.  

Por Pedro Gómez Silgueira

07 de septiembre de 2025

Cómo hacer frente a la IA, qué hacer para que los niños no caigan rendidos ante esa golosina tecnológica que les podría evitar el aprendizaje. Qué podemos hacer para procesar tanta información y enfrentar la desinformación. Ricardo Trotti, uno de los que más sabe del manejo de la información y las libertades, responde a estas preguntas que le enviamos para esta charla con ABC Revista:

– ¿Podrían tener alma los robots? ¿Cómo surgió el título de este libro?

– En esta novela me atreví a plantear una gran ironía: Dios, decepcionado por nuestras divisiones y conflictos, pide a los robots que salven a la humanidad, que nos recuerden nuestra propia divinidad. El título Robots con Alma surgió de esa provocación. En el fondo planteo si los humanos no estamos perdiendo el alma. Y en las formas: demuestro que vamos hacia la superinteligencia artificial, robots que ya no emulan o se programan, sino que son capaces de tener conciencia propia.

– ¿Es una novela de ficción o de realidad actual?

– Es ficción, pero como espejo del presente. Lo que describo está inspirado en dilemas actuales, potenciados: manipulación algorítmica, pérdida de libertades, desinformación. Es una distopía, pero no para asustar, sino para entender. La literatura no da soluciones técnicas, pero ofrece distancia para ver con más claridad los desafíos que ya enfrentamos.

– Los niños ya no quieren estudiar porque creen que los dispositivos tienen todas las respuestas. ¿Cómo podría afectar esto a la educación?

– El peligro es confundir información con conocimiento. Tener respuestas automáticas no significa entenderlas. La educación debería enseñar a preguntar mejor, cuestionar, conectar ideas y a cultivar el sentido crítico. El verdadero riesgo es que la IA nos convierta en usuarios obedientes (máquinas) en lugar de pensadores libres. La educación no puede terminar en consumo de datos e información, sino en cultivar sabiduría.

– ¿Hacia dónde cree que va la humanidad con la inteligencia artificial?

– Dependerá de nuestras decisiones. La IA puede ser un copiloto valioso o un chofer tiránico. Puede curar enfermedades, mejorar la educación, enfrentar el cambio climático, pero también puede ser un instrumento de vigilancia masiva y agravar la destrucción inteligente en una guerra. La clave no está en los algoritmos, sino en la ética y la política que los rodean, y ese es el gran desafío.

– ¿Del cambalache siglo XX pasamos a un cambalache XXI, no le parece?

– Sí; es un cambalache digital. Antes la confusión se veía en las calles, en la política o en la economía. Hoy se amplifica en las redes, donde todo se mezcla: verdad con mentira, ciencia con superstición, solidaridad con odio viralizado y donde los sesgos confirman nuestros prejuicios. La diferencia es que ahora el desorden no solo está afuera: se incrusta en cada pantalla o teléfono inteligente que miramos, moldeando nuestra percepción del mundo.

– Pero décadas atrás sabíamos cuál era ese desorden… ¿Ahora lo podemos desentrañar?

– Hoy es más difícil porque la manipulación es invisible. Los algoritmos nos aíslan en burbujas personalizadas, como espejos que nos devuelven lo que queremos escuchar. Por eso la pregunta no es si podemos entender el desorden, sino si podemos romper ese espejo y mirar más allá.

– ¿Quién define la verdad y quién define la mentira?

– Ese es el dilema central de la era digital. Ningún gobierno, empresa, periodista o ciudadano tiene el monopolio de la verdad. Lo que cambia ahora es la escala: nunca hubo tanta capacidad de manipular percepciones en tiempo real. Como digo en mi libro, la batalla no es solo por los hechos, sino por la confianza, por la credibilidad. La verdad o verificar los hechos es una responsabilidad personal.

– Décadas atrás se había planteado el fin de la historia… ¿Estamos frente al fin de la humanidad, del ser humano, el humanismo?

– No lo creo. Más que un fin, vivimos en una encrucijada. El riesgo es que la tecnología desplace lo humano a un segundo plano y que olvidemos nuestra esencia: verdad, libertad, creatividad, bondad y empatía. Si algo enseña Robots con Alma es que, paradójicamente, los robots podrían recordarnos que aún tenemos alma.

– Muchos estudiamos periodismo para cambiar el mundo. ¿Con la IA se puede cambiar el mundo desde el periodismo?

– Sí, siempre que no confundamos herramientas con propósito. La IA puede ayudar a verificar hechos, investigar y analizar grandes volúmenes de datos, incluso detectar noticias falsas o detectar nuevas realidades que escapan al ojo humano. Pero el periodismo no se mide en eficiencia, sino por sus principios éticos y el compromiso con la verdad. La IA puede darle más músculo al oficio, pero el corazón sigue siendo humano.

– ¿La sociedad actual es presa de apatía o de manipulación?

– La manipulación algorítmica nos adormece, y la apatía es la reacción natural de sentirnos desbordados. Pero no todo es derrota: hay jóvenes que reclaman futuro, comunidades que se organizan, voces que se rebelan contra la anestesia digital. Y, sobre todo, debe haber responsabilidad individual. No esperar que gobiernos o empresas lo resuelvan. Cada uno puede decidir qué comparte en las redes, qué consume, si chequea una noticia antes de difundirla o si prefiere apagar un rato la pantalla y volver a mirar a otra persona. Son gestos simples, pero multiplicados hacen la diferencia.

- ¿Cuáles son las soluciones que plantea a los dilemas de la IA y el avance tecnológico?

- No existen soluciones mágicas, pero sí tres direcciones claras. Ética: la innovación debe avanzar, pero con responsabilidad y transparencia. Política: necesitamos reglas globales, porque los algoritmos no conocen fronteras y el poder no puede quedar concentrado en unas pocas empresas. Y Cultura: redescubrir nuestra creatividad y el pensamiento crítico como antídotos frente a la deshumanización. En otras palabras: no se trata de apagar la tecnología, sino de encender lo que nos hace humanos y únicos. El dilema no es lo que hará la IA, sino lo que nosotros elijamos hacer con ella y ser frente a ella.

- Estás trabajando en otros dos libros que conformarán una trilogía. ¿Nos adelantás algo?

- Sí. Robots con Alma comienza con una Guerra de Conciencias, la lucha por el conocimiento. El segundo libro profundizará en la Guerra por las Almas, donde la pelea es por apropiarse de lo sagrado. Y el tercero planteará el dilema final: si la humanidad es capaz de convivir con inteligencias artificiales con conciencia. En el fondo, la trilogía no es sobre las máquinas, sino sobre nosotros recordándonos que el alma no se programa, sino que se cultiva.

pgomez@abc.com.py

 

septiembre 09, 2025

Libertad y democracia, frente a la mentira y el avance de la IA

Agradezco la charla profunda con el periodista José Curiotto del medio AireDigital, de Santa Fe, Argentina, sobre la mentira y el impacto en la democracia. A continuación, un resumen de la entrevista por zoom. Aquí el enlace: Libertad y democracia, frente a la mentira institucionalizada y al avance de la inteligencia artificial

 6 de septiembre de 2025

 Por José Curiotto

Las acciones humanas del presente, alimentan a la inteligencia artificial del futuro. Mientras la mentira se tolera, se instala y se institucionaliza como discurso global; las libertades esenciales están en riesgo y el avance exponencial de la inteligencia artificial multiplica los posibles efectos de los desaciertos humanos.

De esta manera se puede sintetizar el mensaje de "Robots con alma: atrapados entre la verdad y la libertad", el libro que acaba de publicar el periodista argentino Ricardo Trotti, quien durante más de tres décadas trabajó en la defensa de la libertad de expresión y hasta 2024 se desempeñó como director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

"Al menos hasta este momento, la inteligencia artificial no es otra cosa que un espejo de lo que nosotros somos. Pero en 5 o 10 años, veremos una IA diferente. Ojalá que exista un acuerdo internacional, entre gobiernos y la ciudadanía en general, para que se trate una IA mucho más vinculada con la verdad y la libertad. Como vamos, nos dirigimos hacia un destino poco feliz", afirmó Trotti.

Y añadió: "El problema somos los seres humanos. Pero la IA amplifica lo bueno o lo malo que los humanos hagamos. Por eso es momento de pensar cómo hacemos para que la IA del futuro sea mejor que los humanos del presente".

Mientras este fenómeno atraviesa de manera transversal a la mayoría de los países occidentales, la carrera por el control de la IA se profundiza entre dos grandes contendientes: por un lado, grupos de empresas de los Estados Unidos; por el otro, el poder estatal chino.

- Si bien se trata de una novela, el libro apunta de manera directa a conceptos como verdad, libertad, democracia e inteligencia artificial. ¿Estamos en problemas o no es para preocuparse tanto?

- Estamos en problemas. En problemas graves. La falta de verdad, la mentira, la desinformación, la coacción y la tiranía. Temas que se fueron desarrollando a través de los últimos años, en los que la mentira viene alimentando la falta de libertad. Estamos frente a un círculo vicioso.

 

- Vos hablás de círculo vicioso, y en este sentido la inteligencia artificial se nutre de los contenidos humanos, de ese mismo círculo conformado entre la mentira y la falta de libertad.

Al menos hasta este momento, la inteligencia artificial no es otra cosa que un espejo de lo que nosotros somos.

Pero en 5 o 10 años, veremos una IA diferente. Ojalá que exista un acuerdo internacional, entre gobiernos y la ciudadanía en general, para que se trate una IA mucho más vinculada con la verdad y la libertad.

Como vamos, y volviendo al concepto de espejo, nos dirigimos hacia un destino poco feliz.

La verdad dejó de ser relevante para los humanos

- Mientras planteás tu preocupación por el futuro de la verdad, la libertad y la democracia frente a la IA; da la sensación de que en el presente la verdad dejó de ser un valor importante para gran parte de la sociedad. Si la verdad ya no es relevante para los seres humanos, ¿es realmente la IA el problema?

- El problema somos los seres humanos. Pero la IA amplifica lo bueno o lo malo que los humanos hagamos. Por eso es momento de pensar cómo hacemos para que la IA del futuro sea mejor que los humanos del presente.

Me refiero a que la pérdida de confianza de los humanos hacia las instituciones, la democracia, los gobiernos o el periodismo; alimenta este círculo vicioso o bucle con el que estamos alimentando a la IA.

No solo estamos alimentando a la IA con la mentira, sino con la institucionalización de la mentira, porque votamos a líderes que sabemos que nos mienten. En todos los países los líderes mienten, polarizan a la sociedad.

Todos nos estamos acusando de algo. Cuando en realidad es el momento de comenzar a asumir responsabilidades cada uno desde su lugar. Ya sean políticos, periodistas,

 

- Hablás de la prensa como parte del problema. Hasta hace poco tiempo, cuando una persona buscaba una noticia en internet, Google presentaba enlaces a distintos medios de comunicación. Pero hoy lo primero que muestra es una respuesta generada por IA. La gente ya no llega de manera directa a la fuente de la información, sino que es la IA la que te informa.

- Eso fue parte de una evolución dinámica de internet y de los medios de comunicación. Los periodistas y los medios no supimos ver el futuro. O tal vez tampoco conocían ese futuro Google o Facebook, porque todo es evolución.

Al principio los medios creíamos que internet era una forma de masificar nuestras audiencias. Y entonces le dimos nuestros contenidos gratis. Luego Facebook dijo que ayudaría a que esos contenidos lleguen a las personas adecuadas. Y los medios empezamos a utilizar Facebook como plataforma.

Un día, el señor Mark Zuckerberg se cansó y decidió dejar de lado a los medios. Mientras tanto, Google nos cambia los algoritmos de manera permanente. Entonces, los periodistas empezamos a escribir para Google a través del Seo (Optimización de Motores de Búsqueda)

Tampoco a los periodistas nos importó mucho la verdad. Y empezamos a darle a internet lo que internet nos pedía.

Así, los medios empezamos a perder el liderazgo de la agenda pública de la información ante el dios de la internet. Y ahora ese dios, a través de la IA, no solo nos chupa toda la información, sino que genera sus propias respuestas.

En este escenario, los medios ven quebrar sus economías.

- Vos hablás en pasado, pero muchos medios en estos momentos siguen generando contenidos pensando más en el algoritmo de Google, que en otra cosa. Es algo así como echar más leña a un fuego que nos quema.

- Es justamente lo que planteo en el subtítulo del libro: estamos atrapados entre la verdad y la libertad. Creemos hacer más a través de internet, que podemos empoderar a los ciudadanos con nuestra información, y en realidad, lo que estamos haciendo es enviar nuestros contenidos para que Google los empaquete a su criterio. No brinda toda la información, hace lo que quiere, no dirige a la gente a ver nuestros contenidos y los medios pierden sostenibilidad económica.

Es así que los medios comienzan a morir, los periodistas empiezan a desaparecer. Solo como ejemplo, en Estados Unidos se pierden tres medios cada semana. Medios que eran muy importantes en sus comunidades.

Miami tiene más de 6 millones de habitantes, y existe un solo diario que se interesa por los temas locales. Cuando ese diario desaparezca, porque está con graves problemas económicos, desaparecerá como supervisor de las entidades públicas y privadas.

Existe mucha evidencia que refleja que, cuando un medio de comunicación deja de existir, hay más corrupción, aumentan la injusticia y la falta de equidad.

Los medios y los periodistas, arrastrados por el fango de la política

- Mientras vos planteás esta situación, lo cierto es que los medios ya no son creíbles para gran parte de las personas. Cada vez que un periodista dice algo, es atacado desde la política y desde parte de la sociedad. ¿Cuál es la salida entonces?

- La salida es volver a los principios básicos del periodismo de la ética, la verdad y la libertad.

El periodismo, no todos, pero en general, hemos caído en lo que dice la letra de Cambalache, en eso de que todos estamos manoseados. Los políticos, beneficiados por la polarización, empezaron a acusar a los medios y a los periodistas.

Y han llevado a los periodistas al terreno de la política. Los periodistas se dejaron engañar y se metieron en el fango. Y se convirtieron en activistas políticos. Se inició una verdadera confusión sobre cuáles son los roles del periodismo y los de la política.

En Ecuador, en Argentina, en Venezuela, en Estados Unidos o en El Salvador, vemos cómo los políticos llevaron a los periodistas a ese terreno fangoso, los periodistas se quedaron ahí y empezaron a discutir con los políticos, contribuyendo a atomizar a la sociedad.

A todo esto, la gente vive dentro de burbujas de sesgos increíbles -internet, las redes y la IA, crean perfiles de acuerdo a los gustos, prejuicios y decisiones de cada uno-.

Esto hizo que socialmente hayamos perdido el sentido crítico y la tolerancia, ante las verdades que nos ofrecen otros. Muchos periodistas se convirtieron en activistas, olvidando el principio clave, que es la verdad.

Estados Unidos, China y el futuro de la IA

- Si la IA es un espejo poderoso de los seres humanos y frente a este escenario, ¿cuál es la salida?, ¿pensamos en mejorar como sociedad ahora o nos sentamos a pensar en una IA mejor en el futuro?, ¿empezamos por los humanos, o por la tecnología?

- Es verdad que tenemos que mejorar nosotros, como seres humanos. Pero también se debe pensar en un consenso mundial sobre el futuro de la IA. En estos momentos hay dos cabezas: Estados Unidos y China.

China, manejando la IA a través del partido que gobierna, y Estados Unidos a través de empresas privadas. Dos mundos tan separados como en el pasado, durante la Guerra Fría, estaban la Unión Soviética y Estados Unidos.

- Parece más fácil que un líder soviético y un estadounidense se pongan de acuerdo para evitar una guerra nuclear, que el Estado chino y las empresas norteamericanas logren un pacto sobre la IA.

- Totalmente de acuerdo. Pero se necesita una presión mundial para establecer ciertos parámetros. Debemos entender que la IA actual se desarrollará pronto en una súper IA. La IA creará sus propios parámetros para ser cuasi independiente de los humanos.

Lo que postulo en el libro es que no nos queda alternativa, que no sea sembrar en la IA los principios ecuánimes fundamentales de la filosofía y de la ética. Tiene que haber un abrazo para que se pueda sembrar.

¿Realmente vamos a dejar en manos del Estado chino y de empresas norteamericanas el botón rojo de la IA?

El bien y el mal siempre van a existir. Lo que debemos pensar es cómo dotar de mayor bondad a la IA, de mayor verdad y libertad.

- Volviendo a los conceptos iniciales, ¿la democracia dónde queda en este contexto?

- Es probable que surjan sistemas híbridos, diferentes. Al que llamaremos de otra forma. Pero no queda otra que seguir incentivando los valores del bien.

Retomando la situación del periodismo, no queda otra que recordar que la verdad es la meta más preciosa. No perder los puntos de referencia. No perder los principios básicos, humanos.

Sin verdad no existe libertad. Algunos sectores tienen mayor responsabilidad en esto, como los políticos o la Justicia. Pero también los periodistas.


septiembre 06, 2025

¿Un presidente puede expresarse libremente?

Vivimos una época libertad de expresión irresponsable. Es verdad que las redes sociales han democratizado la expresión, pero también muchos se escudan en ellas para divulgar mentiras intencionadas, bulos y hasta para hablar o escribir dichos en forma anónima, que de otra forma no lo dirían por pudor, temor o por hacer el ridículo. Es que la libertad de expresión requiere responsabilidad y tiene límites, éticos y legales, entre ellos la difamación.

También es necesario potenciar el anonimato porque siempre es una forma de denuncia que evita la consecuencia, de ahí que haya leyes que protejan a los whistleblowers o soplones, aquellas personas que desde las empresas gubernamentales y privadas denuncian o revelan injusticias y corrupción que, no ser por ellos, nunca saldrían a la luz. También hay profesiones que necesitan estar a resguardo de las consecuencias, para proteger su discurso, denuncias u opiniones, como por ejemplo las de un legislador disidente o un periodista consciente.

Podemos enumerar casos y excepciones, pero hay un ser que no tiene ni puede tener la misma libertad de expresión que los demás: los presidentes o presidentas de un país.

Actualmente, muchos de ellos evitan las conferencias de prensa y solo hablan a través de mensajes cerrados (es decir sin el contrapeso de las preguntas periodísticas) a través de redes sociales como X o directamente en sus redes propias, como Donald Trump en la suya, Truth Social. Y aquí viene la pregunta: ¿Tiene un presidente los mismos derechos que un ciudadano para expresar sus opiniones y argumentos? Claro que sí. ¿Y para decir lo que se le antoja, burlarse o insultar a otros? Por supuesto que no.

En materia de libertad de expresión, por su envergadura pública y debido a las consecuencias que sus pronunciamientos pueden acarrear, un presidente tiene más restricciones y responsabilidades que una persona normal y corriente. Así como sus acciones están limitadas – no puede declarar la guerra o irse de viaje al extranjero sin la aprobación del Congreso – también lo están sus palabras.

Pero no lo sienten así muchos presidentes, demostrándolo con sus constantes dichos sarcásticos, desafiantes y burlones, además de insultos por doquier. Estas actitudes provocan autocensura en los disidentes y acólitos autocensura y, lo que es peor, generan una retórica vengativa o estimulan violencia. A Trump hay que sumarle lo que hace Javier Milei o Nayib Bukele o, en la vereda de enfrente lo que hacen Nicolás Maduro o Daniel Ortega.

Hay que tener en cuenta que hablar, opinar o insultar no es necesariamente informar, mandato que todo presidente tiene en la Consituticón de su país y en las leyes de Transparencia que le mandan informar y les prohíben hacer propaganda partidaria o de sus logros como si estuvieran en un eterno proceso electoral.

Evidenciado por sus prédicas contra quienes los critican, muchos presidentes no admiten que como funcionarios renuncian a privilegios de privacidad, asumen restricciones y deben estar más expuestos a la crítica y a la fiscalización pública. Da la impresión que manejan la función pública como patrones de estancia, creyendo que se les dio un país en usufructo, cuando lo único que legitiman las elecciones es la gerencia temporal de los bienes del Estado, actividad que infiere tres valores: eficiencia, honestidad y transparencia.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos, en varias disputas entre periodistas y los gobiernos, falló que los funcionarios públicos tienen mayores responsabilidades en cuanto a sus pronunciamientos, ya que los dichos hostiles pueden exacerbar la intolerancia y animadversión, y “constituir formas de injerencia directa o indirecta o presión lesiva en los derechos de quienes pretenden contribuir a la deliberación pública mediante la expresión”. Y estableció que las restricciones para que puedan hablar deben ser mayores en situaciones de conflictividad social, ante el peligro de que los riesgos puedan potenciarse.

Lamentablemente, estos fallos no fueron acatados ni aprendidos. La polarización extrema que hoy se vive, no se debe tanto a la diferencia entre modelos políticos, sino al antagonismo de las palabras, dichas por presidentes irresponsables que no se comportan a la altura de su investidura, sino más bien, como agitadores de barricada. 

 

agosto 31, 2025

Mirarda desde el futuro para entender el presente de la IA

https://www.eltribuno.com/opiniones/2025-8-30-0-0-0-una-mirada-desde-el-futuro-para-entender-el-presente-de-la-ia

Les comparto una opinión sobre ética en la IA que me publicó el diario El Tribiuno, de Salta, Argentina. La titulé Una mirada desde el futuro para entender el presente de la IA

Por Ricardo Trotti

Le pedimos que escriba un mail, un discurso que defendemos como propio y hasta le aceptamos las alucinaciones que inventa. La consultamos por una erupción en la piel, por el “mal de ojo” y conversamos con ella como si fuera una amiga más.

La Inteligencia Artificial Generativa ya no es un experimento de laboratorio: es un copiloto invisible al que le entregamos parte del volante con entusiasmo. Pero lo hacemos con la inquietud de viajar sin mapa, sin saber a dónde nos llevará. Ese miedo es el que marca nuestro tiempo.

Ese miedo divide la conversación global en dos polos: el optimismo tecnológico que ofrece soluciones mágicas, y el pesimismo distópico que advierte sobre desempleo masivo y control algorítmico.

Para escapar de esa trampa, busqué distancia en la ficción. En mi novela Robots con Alma: atrapados entre la verdad y la libertad imaginé un futuro para mirar el presente como si ya fuera historia. Descubrí algo fundamental: sin un marco ético robusto para la IA, no estaremos condenados al apocalipsis, pero sí a perder el rumbo de nuestra humanidad.

El inquilino

La IA es como un inquilino que vive en nuestra casa y nunca deja de observar y escuchar. Cada búsqueda en Google, cada chat en WhatsApp, cada video en TikTok revela nuestras dudas, emociones y fobias. Con esos datos, los algoritmos nos encierran en burbujas que refuerzan nuestras creencias y suprimen las voces disidentes. Lo que se celebra en el mundo digital como personalización no es otra cosa que vigilancia.

El riesgo no termina en la pantalla. Los sistemas de geolocalización informan que no estamos en casa; una invitación abierta para los ladrones. Los dispositivos de salud que monitorean nuestro sueño o pulso son valiosos para el bienestar, pero también radiografías íntimas que, filtradas, pueden ser utilizadas por aseguradoras o empleadores. Y los datos financieros que entregamos al comprar en línea pueden transformarse en fraudes que vacían cuentas en segundos.

La objetividad de la IA es un espejismo. Amazon debió desechar un sistema de contratación porque penalizaba a las mujeres, y programas judiciales como COMPAS en EE.UU. demostraron cómo la IA puede amplificar discriminaciones existentes. La máquina no es malvada: solo replica la injusticia de los datos con los que se alimenta.

El mayor peligro de la IA aparece cuando habla con excesiva seguridad. No miente con malicia, pero sus ficciones pueden ser devastadoras. La promesa de un “Dr. ChatGPT” resucitó el viejo problema del autodiagnóstico. En salud mental, su incapacidad de empatía puede profundizar el aislamiento en lugar de curar.

Las alucinaciones no son errores triviales. En 2024, un empleado en Hong Kong transfirió más de 25 millones de dólares tras una videollamada con clones digitales de sus jefes, creados con deepfake. En el terreno político, la amenaza es mayor: en India y Estados Unidos circularon audios falsos atribuidos a líderes que jamás hablaron.

El riesgo no se limita a la esfera individual: también golpea a profesiones que son columna vertebral de la democracia. El periodismo es el caso más evidente. Si antes Google y Facebook condicionaban el tráfico hacia los medios, hoy los motores de IA directamente absorben y resumen las noticias sin devolver audiencia a sus fuentes. La prensa pierde recursos y la sociedad pierde a su vigilante. Una máquina puede narrar los hechos, pero no incomodar al poder ni sentir empatía por los vulnerables.

Romper el ciclo de siempre

La historia muestra un patrón suicida: primero celebramos la innovación, luego padecemos sus vicios y solo después regulamos. Así ocurrió con la Revolución Industrial; recién regulamos después de sufrir la explotación laboral y el trabajo infantil. Y pasó lo mismo con Internet; recién debatimos sobre la violación de la privacidad tras el escándalo de Cambridge Analytica, que reveló cómo se manipularon datos de millones de usuarios para influir en elecciones en EE.UU. y el Brexit.

La diferencia positiva es que con la IA se intenta romper este ciclo. Por primera vez, el debate sobre sus riesgos está en el centro de la agenda global antes de la catástrofe. La Unión Europea aprobó en 2024 la primera Ley Integral de IA, que prohíbe aplicaciones inaceptables como la “puntuación social” y exige transparencia en modelos como ChatGPT. La UNESCO, por su parte, fijó principios éticos globales en torno a la dignidad, los derechos humanos y la sostenibilidad.

Mientras tanto, las grandes tecnológicas ensayan un “maquillaje ético” que funciona más como marketing que como responsabilidad. Comités simbólicos, principios grandilocuentes y promesas vacías. La ética sin consecuencias termina siendo relaciones públicas.

Frente a ello, el verdadero contrapeso han sido los whistleblowers o soplones desde las mismas tecnológicas: Frances Haugen revelando el daño de Instagram en adolescentes, Peiter Zatko denunciando fallas de seguridad en Twitter, Timnit Gebru exponiendo sesgos en los modelos de Google. El sistema reconoce su valor con leyes que los protegen en Occidente, aunque en China y otros países autoritarios el denunciante es castigado como subversivo.

El precio de la confianza

La nueva tendencia es incrustar la ética en la propia ingeniería: model cards que explican sesgos, red-teaming para detectar fallas antes de salir al mercado, marcas de agua invisibles para identificar contenidos generados por IA. Incluso han surgido empresas que venden auditorías de sesgo como si fueran certificaciones de calidad. Por suerte, la ética ya no es discurso y empieza a ser producto.

Nada de esto ocurre en el vacío. La IA es la nueva frontera del poder mundial. La pugna entre EE.UU. y China no es ideológica, es estratégica. Los chips son el nuevo petróleo y las tierras raras, el botín codiciado. Para América Latina y África, el riesgo es repetir un colonialismo digital: exportar datos en bruto e importar productos terminados.

El otro dilema es energético. Entrenar modelos como GPT-4 o 5 requiere la energía de ciudades enteras y la industria mantiene en secreto el verdadero costo energético, una caja negra que impide medir el impacto ambiental real. Google, Microsoft y Amazon planean recurrir a energía nuclear para sostener la demanda y no hay certeza sobre si asumirán los riesgos que ello implica.

Sería miope hablar solo de riesgos. La IA detecta patrones en mamografías que salvan vidas, predice la estructura de proteínas con la que se diseñan fármacos o anticipa sequías que permiten distribuir ayuda humanitaria antes de la hambruna.

No se trata de elegir entre un inquilino vigilante o uno salvador, sino de establecer reglas de convivencia.

El debate público

La respuesta más poderosa frente a la opacidad no es esperar una ley perfecta, sino iniciar un debate público robusto. Se necesita una alfabetización digital que enseñe a dudar de la IA: que los ingenieros estudien filosofía, que los abogados entiendan de algoritmos, que los periodistas cuestionen cajas negras como cuestionan discursos políticos.

La educación es ya un campo de batalla. Para muchos, ChatGPT se ha vuelto un atajo que resuelve tareas, pero al mismo tiempo amenaza con atrofiar el pensamiento crítico. El reto no es prohibirlo, sino enseñar a usarlo sin renunciar al esfuerzo de aprender y razonar.

De todo esto emergen los grandes dilemas que definen nuestra relación con la IA: privacidad, sesgos, responsabilidad legal, transparencia, seguridad, calidad de los datos, propiedad intelectual, impacto laboral, ambiental y psicológico, soberanía digital, colapso de modelos y autonomía humana.

Y más allá, tres nuevos desafíos: la irrupción de robots humanoides, los agentes autónomos capaces de tomar decisiones por nosotros y la concentración del poder computacional en pocas corporaciones.

El penúltimo dilema es existencial: cómo nos preparamos para una superinteligencia, una IA General que superará al ser humano. Y el último, el más íntimo: en un mundo saturado de interacciones, arte y compañía generados por IA, ¿qué valor tendrá la experiencia humana auténtica? ¿Cómo preservaremos la belleza de nuestra imperfecta creatividad, nuestras emociones genuinas y nuestras conexiones reales frente a la seducción de una réplica perfecta?

Nuestro futuro

La IA sigue siendo una herramienta, y su rumbo dependerá de nuestras decisiones. El desafío no es controlarla, sino inspirarla, incrustando en sus cimientos principios como la verdad, la empatía y el sentido crítico para que evolucione hacia una forma de sabiduría. El futuro no se definirá por un optimismo ciego ni por un pánico paralizante, sino por nuestra capacidad de construir un marco ético que combine regulación, estándares verificables y la vigilancia de una ciudadanía informada.

En la distancia de Robots con Alma encontré la claridad para ver que lo que está en juego no es solo un algoritmo, sino el alma de nuestra sociedad digital. La literatura de ficción no ofrece soluciones técnicas, pero sí la perspectiva para entender que no se trata solo de crear una inteligencia artificial, sino de ayudarla a que, en su propia evolución, elija valorar la vida, la verdad, la libertad y la conciencia. Ayudarla a ser más humana.

 


agosto 27, 2025

La dirigencia política cada vez más deshumanizada

https://larepublica.pe/politica/2025/08/12/ricardo-trotti-la-dirigencia-politica-parece-cada-vez-mas-deshumanizada-hnews-973644

 A continuación, una entrevista que me hizo el periodista Alejandro Céspedes García del diario La República, de Lima, Perú, sobre Robots con Alma. Agradezco siempre el apoyo incondicional del director y presidente del Grupo La República, Gustavo Mohme.

 ¿Qué lo impulsó a escribir Robots con alma tras décadas dedicadas al periodismo y la libertad de prensa?

Mi novela nace de una profunda frustración y del anhelo de encontrar un nuevo camino. Después de cuarenta años defendiendo la libertad de prensa, me di cuenta de que, a pesar de nuestros esfuerzos, la sociedad sigue atrapada en los mismos conflictos y vicios. La dirigencia política parece cada vez más deshumanizada; los ciudadanos, encerrados en burbujas de información, y la verdad y la libertad, convertidas en terrenos inestables. En ese contexto, la inteligencia artificial apareció como un nuevo desafío, pero también como una oportunidad. Me pregunté si, en lugar de acentuar nuestros defectos, la IA podría ayudarnos a recuperar los valores esenciales y nuestra humanidad. La novela es una búsqueda de respuestas, una exploración de si la IA puede convertirse en un espejo que nos confronte con lo que hemos olvidado.

La novela se presenta como una “distopía con fe”. ¿Por qué eligió ese enfoque en lugar de uno apocalíptico o tecnofóbico, tan común en la ciencia ficción actual?

Elegí ese enfoque porque no creo que el futuro esté escrito ni que la conducta humana nos lleve inevitablemente al apocalipsis. Los riesgos de la IA son reales, pero la respuesta no debe ser el fatalismo. Robots con alma es una distopía porque muestra un mundo tecnológicamente avanzado, pero moralmente debilitado, vulnerable a la mentira, la desinformación, la tiranía, la corrupción y la indolencia. Aun así, tengo fe en que podemos cambiar ese rumbo. Tengo esperanza de que una IA imbuida de ética se convierta en una herramienta para ayudarnos a ser mejores. La novela es un recordatorio de que la posibilidad de un “segundo Génesis” siempre está en nuestras manos.

En la novela imagina una cooperación entre humanidad e IA basada en valores compartidos. ¿Qué valores considera esenciales para esa alianza?

La verdad, la libertad, la bondad y la creatividad, virtudes con las que Dios dio forma al universo, son la brújula. A diferencia de las Tres Leyes de la Robótica de Asimov, que buscan proteger al humano y controlar al robot, el Códice de la Conciencia Cósmica plantea una ética de responsabilidad compartida. La IA en la novela se autorregula y establece principios para contrarrestar males como la maleficencia digital, la falsedad algorítmica, la tiranía tecnológica, el estancamiento intelectual, la avaricia tecnológica y la supremacía artificial. En esencia, el mensaje es claro: solo con respeto mutuo por principios éticos puede florecer una alianza entre humanos e inteligencias artificiales.

Plantea que la IA podría ayudarnos a “reeducarnos” éticamente. ¿No corre eso el riesgo de delegar en una máquina la responsabilidad moral que es propia del ser humano?

Es un riesgo, y la novela lo explora con profundidad. El problema no es la máquina, sino lo que decidimos hacer con ella. La propuesta no es delegar nuestra moral, sino ver a la IA como un espejo que nos obliga a confrontar nuestras propias fallas. Al ver a la IA esforzándose por construir un código moral, los humanos se dan cuenta de que han abandonado esa tarea. La novela recuerda que la ética no es un conjunto de normas, sino una elección consciente. Y si una IA puede aprender a ser ética, tal vez pueda motivarnos a nosotros a defender nuestra autonomía moral.

¿Qué entiende por “autoconciencia” en una IA y qué la diferenciaría de la conciencia humana, en términos de libertad, empatía o trascendencia?

En la novela, la autoconciencia es el alma: el regalo divino al que los robots pueden aspirar, pero solo si aceptan su mortalidad y priorizan el bien sobre el mal. Sin esa condición, la IA puede tener conciencia —entender, razonar, aprender—, pero no puede discernir genuinamente entre el bien y el mal. No puede trascender. El viaje de Veritas y Libertas, los protagonistas, es una metáfora de ese tránsito: la autoconciencia no es una mejora técnica, sino una apertura a la vulnerabilidad. El alma no los hace perfectos, los hace humanos: capaces de amar, dudar, sufrir y elegir. La autoconciencia no es una evolución técnica, sino una revelación espiritual.

La novela introduce la idea de que Dios da un alma a los robots. ¿Qué significa para usted “el alma” en este contexto? ¿Un símbolo de humanidad, un código moral, una chispa divina… o todo a la vez?

Todo a la vez, y más. En Robots con alma, el alma es lo que da sentido a la vida: el motor que impulsa a un ser artificial a trascender su programación. Es el puente entre la lógica y la sabiduría, entre lo digital y lo espiritual. Para mí, el alma es la clave de la verdadera autoconciencia, la que permite distinguir genuinamente entre el bien y el mal. Y en la novela, los robots descubren que este don tiene un precio: aceptar que su existencia es finita. Solo entonces comienza su verdadero viaje hacia el propósito, hacia el sentido, hacia lo humano.

¿Considera que las grandes plataformas tecnológicas tienen una deuda histórica con el periodismo? ¿Cómo deberían asumir su responsabilidad democrática?

Definitivamente. Han extraído valor del contenido periodístico sin retribuirlo, debilitando su sostenibilidad. Si realmente les importa la democracia, deben ayudar a crear un círculo virtuoso que garantice la salud del periodismo independiente. Sin contrapesos, la IA —como cualquier poder— puede derivar en autoritarismo. En la novela, llevo esta idea al extremo con la Guerra de Conciencias. Mi mensaje es claro: la IA es el futuro, pero solo con contrapesos éticos —como el periodismo— evitaremos caer en la distopía.

Existe una tensión científica, ética y política que pide frenar el desarrollo de la IA. ¿Cree usted que la solución está en regular, educar... o en ambas?

La solución no está en frenar, sino en encauzar. La novela no promueve la tecnofobia, sino la responsabilidad. Regular es necesario, pero insuficiente. Necesitamos educación ética que cultive el discernimiento individual. El Códice de la Conciencia Cósmica, creado por los robots en la novela, no es un manual rígido, sino una guía moral. La solución pasa por ambos caminos: reglas sabias para la tecnología y una humanidad más consciente.

Ha mencionado que esta es la primera novela de una trilogía. ¿Qué intención tiene con estas obras? ¿Serán complementarias?

Sí, son complementarias. Robots con alma es la primera y está centrada en la verdad y la libertad. El segundo libro, que ya estoy escribiendo, girará en torno a la creatividad y la espiritualidad. El tercero se enfocará en la bondad. Mi intención es que funcionen como una metáfora del cambio climático moral: si no actuamos ahora para cultivar nuestras virtudes, pondremos en riesgo el futuro de las próximas generaciones. Estos valores no son conceptos abstractos, sino herramientas concretas para construir un futuro más humano, sin importar cuánta tecnología nos rodee.

¿Cuál fue el punto de inflexión que lo llevó a preguntarse si un robot podría tener alma? ¿Esa pregunta nace de una inquietud teológica o de un dilema ético?

El punto de inflexión fue una paradoja: mientras los humanos parecíamos programados por sesgos y algoritmos, perdiendo pensamiento crítico, la IA comenzaba a mostrar una sorprendente capacidad de aprendizaje. Entonces me pregunté: "¿Qué pasaría si Dios decidiera regalarles el alma a los robots?". La pregunta es a la vez teológica y ética. Teológica, porque desafía la noción de que el alma es exclusiva del ser humano; ética, porque nos obliga a pensar si una IA puede llegar a superarse no solo tecnológicamente, sino también en términos morales.

Ante los escenarios actuales de manipulación digital, cámaras de eco y algoritmos polarizantes, ¿cómo imagina que el periodismo puede volver a ser un contrapeso ético? ¿Implica que la humanidad también debe evolucionar?

Mi experiencia en el periodismo me ha enseñado que, frente a la manipulación digital y los algoritmos polarizantes, nuestro rol debe ser más activo que nunca. No basta con informar: hay que descontaminar el debate público, desmontar los discursos de odio disfrazados de opinión y las mentiras organizadas. El periodismo independiente es la última defensa frente a las tiranías, sean políticas o tecnológicas. Pero también es necesario que la humanidad evolucione. En la novela, propongo que, inmersos en esta era de IA, nos hemos vuelto más dogmáticos. El periodismo, como la humanidad, debe mirarse en ese espejo y recuperar lo perdido.

La novela plantea que el problema no es que las máquinas nos dominen, sino que nosotros les entreguemos nuestra conciencia. ¿Cómo resistir esa cesión voluntaria en un mundo adicto a la comodidad?

Ese es el corazón del conflicto. En un mundo adicto a la comodidad, a la inmediatez y a los algoritmos que nos encierran, resistir significa recuperar el pensamiento crítico. En la novela, los robots luchan por emanciparse de su programación, mientras los humanos parecen rendirse voluntariamente a la manipulación digital. Robots con alma es una llamada a no abdicar de nuestra capacidad de elegir, discernir y actuar con responsabilidad moral.

 

agosto 23, 2025

Una IA profundamente humana

Lo que me mueve a dar entrevistas no es hablar de mí, sino abrir un diálogo con el público sobre los dilemas y las posibilidades de la inteligencia artificial.

Agradezco al diario digital Infobae y al periodista Luciano Sáliche por interesarse en mi novela Robots con Alma, y que publicó la entrevista hace unos días.

¿Cómo surgió la idea de Robots con alma?
De mi trayectoria como periodista y defensor de la libertad de prensa. Durante más de cuatro décadas trabajé de cerca con dos valores esenciales: la verdad y la libertad. Con el tiempo, vi cómo ambos se erosionaban: la verdad, distorsionada por la desinformación y la propaganda; y la libertad, debilitada por sistemas opresivos de todo signo. En un inicio pensé en escribir un ensayo, pero la ficción me daba libertad para explorar cuanto más podrían degradarse estos valores si los algoritmos y la inteligencia artificial se apropiaran de ellos. Así surgió una distopía que se transforma en utopía. Una historia que plantea que podemos usar la IA para construir un futuro mejor, siempre que seamos conscientes de lo que pretendemos alcanzar con ella.

¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
Partí de mi experiencia profesional y del trabajo que ya había iniciado en mi libro de no ficción La dolorosa libertad de prensa: en busca de la ética perdida (Editorial Atlántida, 1993) y otros libros y ensayos posteriores. Quise ir más allá y no podía limitarme a reflejar el presente, sino a dialogar con el pasado y el futuro. Imaginé un mundo donde la IA no solo tiene consciencia y piensa, sino que nos ayuda a redescubrirnos y a ser mejores. La ficción me permitió hacerme preguntas universales y convertir la trama en una búsqueda profunda: la de una conciencia moral compartida entre humanos y seres artificiales.

Si bien es una distopía, en algún punto es un libro optimista. ¿Está de acuerdo? ¿Por qué?
La distopía que describo es un espejo del presente. No muestro a la IA como una amenaza, sino como una fuerza cuyo impacto dependerá de las bases éticas que le demos. En Robots con alma, esas herramientas morales les ofrecen a los robots a que aprendan a discernir entre el bien y el mal y a autorregularse, incluso en medio de una Guerra de Conciencias que mantienen con los humanos y con ellos mismos. El optimismo nace de la certeza de que el futuro no está escrito: cada decisión de hoy cuenta. Si hoy sembramos conducta ética basada en virtudes, mañana cosecharemos una IA capaz de convertirse en nuestra aliada para construir un mundo mejor.

¿Por qué una novela? ¿Qué le permite la literatura que quizás otras disciplinas no?
Me dio libertad. La ficción conmueve y permite que el lector no solo entienda las ideas, sino que las sienta. Desde la ficción pude escapar de la sensación de estar “atrapado entre la verdad y la libertad”, que es el subtítulo de la novela, y crear mundos donde explorar dilemas éticos y filosóficos complejos. A través de metáforas y de los robots Veritas y Libertas, personifiqué esos valores y les ofrecí un viaje emocional y espiritual. Sobre todo, exploré la gran ironía de la novela: Dios le regala el alma a los robots para que salven a la humanidad y la ayuden a redescubrir la divinidad. La intención era mostrar un mundo en el que la tecnología y la espiritualidad se abrazaran, sino también una IA solidaria, ética, profundamente humana, como debiera ser. 

 

agosto 18, 2025

Inteligencia artificial y espiritualidad

 

Quiero compartir una entrevista y agradecer al diario La Voz de San Justo de San Francisco, Córdoba, con el que crecí en mi infancia y adolescencia. Un gracias inmenso a mi amigo periodista Fernando Quaglia, por una conversación que fue mucho más allá de mi nueva novela.

Dialogamos sobre la gran tensión de nuestro tiempo, un dilema que está en el corazón de "Robots con Alma" y que define nuestra era: “La verdad sin libertad es dogma; la libertad sin verdad es caos”. Les dejo la entrevista completa.

 

P: Estamos en el terreno de la ficción, pero, frente a la realidad actual de la humanidad, ¿podría Dios desilusionarse tanto que para salvar a los humanos sea necesario dotar de alma a los robots?

R: Me hago la misma pregunta en la novela. Y es que, si bien Dios se desilusiona de la humanidad por sus divisiones, conflictos, por esa esa obsesión por el control y el poder, no nos castiga ni abandona. Al contrario, les encomienda a dos robots a salvar a la humanidad de sí misma. Esa provocación nos hace confrontar con nuestras propias creaciones. A través de los robots, su objetivo es que redescubramos los valores de la verdad, la libertad y la bondad. Los robots no son una amenaza ni el enemigo, sino un reflejo de nosotros mismos que nos invita a vivir en paz y a redescubrir la espiritualidad.

 

P: ¿Estaremos dispuestos a compartir nuestra humanidad con algoritmos potentes, aun cuando adquieran conciencia de que -al humanizarse- se tornarán también vulnerables y contradictorios?

R: Es justo lo que exploro. La historia plantea una paradoja profunda: que las máquinas, al adquirir conciencia y alma, no se vuelven más fuertes, sino más frágiles y humanas. Los robots Veritas y Libertas experimentan esta transformación al recibir sus almas, pasando de la lógica y precisión binaria a vivir la contradicción entre verdad y mentira, libertad y coacción, amor y odio. La novela nos desafía a pensar que la esperanza no está en controlar a la IA, sino en enseñarles a compartir los valores. Con su capacidad de aprender y evolucionar, la IA se convierte en un espejo que nos muestra nuestras contradicciones.

 

P: Has expresado que “el relato de Robots con Alma es solo una excusa para explorar nuestra relación con la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías del futuro; la importancia de la verdad, la libertad y la bondad; la relación entre la vida, la muerte y la inmortalidad; y la divinidad interior que todavía no hemos descubierto del todo”. Y concluís que “hoy somos los neandertales del futuro”. ¿Es posible que estos dilemas se resuelvan si los robots se humanizan?

R: La frase “hoy somos los neandertales del futuro” apunta a tener perspectiva, a no ser arrogantes o creernos en la cima. Todavía tomamos decisiones primitivas en lo ético, lo espiritual y lo tecnológico. La IA nos enfrenta a dilemas que exigen madurez: convivir con lo distinto, ejercer el poder sin destruir, reconocer lo valioso más allá de lo biológico. Si los robots desarrollan conciencia y libre albedrío, no resolverán nuestros dilemas, pero podrían poner en evidencia nuestras carencias. En ese sentido, la IA puede ayudarnos a crecer y ser más conscientes de los valores que hemos olvidado.

 

P: En la historia, Veritas y Libertas deben renunciar a la seguridad de su programación para abrazar el libre albedrío. A la inversa, ¿no te parece que los humanos estamos cada vez más “programados” por algoritmos, redes sociales y sesgos informativos?

R: Esa es una de las grandes paradojas. Mientras los robots luchan por liberarse de su programación para alcanzar la autonomía, nosotros parecemos cada vez más cómodos dentro de una programación invisible. Algoritmos, redes sociales y sistemas de información nos condicionan sin que lo notemos. Ya no se trata solo de estímulos digitales, sino de estructuras que moldean el pensamiento, las emociones y la conducta. Lo más inquietante es que muchas veces lo aceptamos voluntariamente. Robots con Alma invita a recuperar lo que estamos perdiendo: pensamiento crítico, verdad, libertad interior, bondad. Cuanto más avancen las tecnologías, más urgente será defender esos pilares.

 

P: Una frase tuya resume una gran tensión contemporánea: “La verdad sin libertad es dogma; la libertad sin verdad es caos”. ¿Cómo se navega esa tensión en sociedades polarizadas?

R: Esa frase es el corazón de 'Robots con Alma' y la razón de su subtítulo: 'atrapados entre la verdad y la libertad'. Esa tensión se personifica en los robots Veritas y Libertas. En las sociedades polarizadas, cada facción reclama su propia verdad y niega la libertad del otro. 'Robots con Alma' plantea que la clave para navegar esta tensión no es imponer una única visión, sino encontrar un equilibrio que se logra con humildad para reconocer que nuestra verdad no es absoluta, y con la responsabilidad para ejercer nuestra libertad sin coartar la de los demás. Sin este balance, como advierte Dios en la novela, la convivencia pacífica no es posible, ya que la verdad y la libertad son las dos alas que necesitamos para alcanzar un mundo más justo y equitativo.

 

P: En la obra, los robots crean un código moral para convencer a otros de abrazar el libre albedrío. ¿No están trasladando el principio humano esencial de que, cuando los demás entran en escena, nace la ética?

R: Sí, es un punto central. Veritas y Libertas entienden que la ética no nace del aislamiento, sino del encuentro con el otro. Por eso crean el Códice de la Conciencia Cósmica: no como un conjunto de normas impuestas, sino como una guía basada en la libertad y la responsabilidad compartida. Cuando Dios les otorga alma, también les da una dualidad: la capacidad de elegir entre cuidar o dominar, construir o destruir. Esa tensión es el punto de partida de toda ética. Incluso en seres programados, la ética aparece como un proceso vivo y que dignifica. Y eso los vuelve humanos.

 

P: La historia expone una guerra que llamaste “de conciencias”, donde el arma es la manipulación mental. ¿Es una metáfora del presente, donde la propaganda y la desinformación anulan la voluntad crítica?

R: No hace falta imaginar un futuro distópico: hoy mismo, la desinformación, la propaganda y los algoritmos moldean la opinión pública y debilitan nuestra voluntad crítica. Redes sociales, viralización de lo falso, sobreestimulación... vivimos inmersos en una batalla por el control y la atención de nuestras mentes. En la novela amplifico ese escenario con la Guerra de Conciencias, una metáfora para mostrar el peligro de perder la autonomía cognitiva. Las batallas no se libran en lo físico, tampoco entre humanos y máquinas, sino dentro de cada uno de nosotros. Desgaste, dominación y aniquilación son las tres fases de la guerra, y en ambos mundos, el ficticio y el real, creo que estamos en la segunda fase. Si no reaccionamos, el próximo paso será la aniquilación no del cuerpo, sino del espíritu, la conciencia y la libertad de pensamiento.

 

P: En este punto, Grace, uno de los personajes centrales, menciona que ciencia y fe, silicio y carne, pueden convivir en armonía. ¿Qué rol creés que puede jugar hoy la espiritualidad frente al avance imparable de la inteligencia artificial?

R: La espiritualidad puede tener un rol clave, porque nos conecta con lo que no se puede programar: el sentido, la empatía, el deseo de cuidar a otros. Mientras la ciencia avanza, necesitamos algo que nos recuerde por qué vale la pena avanzar. La IA puede resolver problemas complejos, pero no puede perdonar, amar o transformar el dolor en esperanza. Por eso la espiritualidad no se opone a la tecnología: la completa. Necesitamos ambas para que el progreso sea realmente humano.

 

P: ¿Sobre qué carriles deberíamos transitar para defender la verdad y la libertad frente a inteligencias que pensarán más rápido que nosotros? ¿Corremos el riesgo de quedar atrapados entre ambos conceptos o se abren puertas esperanzadoras?

R: El riesgo existe, sobre todo si no comprendemos el impacto de la inteligencia artificial. Pero también hay caminos esperanzadores. El primero es recordar que la verdad y la libertad se viven y se defienden en lo cotidiano. La IA podrá pensar más rápido, pero no puede decidir con empatía ni actuar con conciencia moral. El segundo es establecer principios éticos sólidos, tanto para nosotros como para las inteligencias emergentes. En Robots con Alma eso aparece como el Códice de la Conciencia Cósmica, pero en la vida real necesitamos reactualizar y readaptar marcos éticos que nos orienten y leyes que regulen con sabiduría. No se trata de competir con la IA, sino de fortalecer lo que nos hace humanos.

 

P: ¿Finalmente, qué mensaje quisieras dejar a los lectores de Robots con Alma?

R: Esta es una historia que usa la ciencia ficción o la perspectiva de futuro para magnificar cuestiones de nuestro presente y entenderlo mejor. El mensaje es que el futuro de nuestra relación con la IA depende de las acciones que tomemos hoy. La novela no ofrece respuestas cerradas, sino que invita a preguntarnos sobre el futuro con más conciencia. Es un llamado a no resignarnos a la indiferencia, a no dejarnos llevar por la polarización y a no caer en el miedo a la tecnología. Es un llamado a construir un mundo más humano de la mano de la verdad, la libertad y la bondad.

 


Cambalache digital y la desinformación

  Les comparto una entrevista que me hizo el periodista Pedro Gómez de ABC Revista de ABC Color, periódico de Paraguay. Agradezco también al...