mayo 19, 2018

La felicidad o el lugar donde uno vive


En mi última columna - Move to Miami – dije cosas buenas y malas de vivir en esta ciudad. No aclaré que pese al futuro incierto por el calentamiento global, el tráfico o la desigualdad, no cambio a Miami por nada del mundo.

Tampoco infiero que para ser feliz hay que mudarse a Miami. A muchos no les agrada este lugar. La felicidad, en definitiva, es una cuestión de carácter individual. Es, además, temporal y escurridiza. La relación con nuestro espacio depende también de cómo apreciamos y nos relacionamos con los demás. Es decir, vivir en Miami, Paris, en la paradisíaca Punta Cana o en Salta “la linda”, puede ser tan apetecible para algunos, como vivir en el campo rodeado de pastizales para otros.

Estar en el mejor lugar de la Tierra, no es garantía de felicidad. Sin embargo, las evidencias científicas indican que la interrelación con el lugar influye en nuestra conducta, salud y calidad de vida, como lo estudia la geomedicina.

El periodista de National Geographic, Dan Beuttner, recorrió los “bolsones azules”, como definió a los paraísos de la longevidad. Los encontró en Okinawa, Japón; en la Isla de Icaria, Grecia; en la Península de Nicoya, Costa Rica, y en la italiana Cerdeña, entre otros parajes. Apuntó que la belleza natural, la tranquilidad, la dieta saludable y el ejercicio físico son componentes íntimos de la fuente de la juventud.

Para la ONU la calidad de vida en un lugar se define por los ingresos, la libertad, la confianza, la esperanza de vida, el apoyo social y la generosidad. Es decir, la felicidad depende de tener empleo, bajo nivel de inseguridad, acceso a salud, vivienda y servicios públicos, y gozar de libertades políticas y un medio ambiente limpio. Bajo esas características, su Informe de la Felicidad 2018, sitúa a Finlandia como el lugar ideal. EEUU queda en un lejano puesto 16, por debajo de Costa Rica, el país más feliz del continente americano. Más rezagados están México, Chile, Panamá, Brasil, Argentina y Colombia.

Ese índice remarca que la felicidad no es estática, “cambia… de acuerdo con la calidad de la sociedad en que vive la gente”. Así se entiende que Nicaragua, bien ubicada según las mediciones del año pasado, descenderá a los infiernos  luego de la violenta represión y muertes provocadas por el régimen de Daniel Ortega contra quienes se manifiestan por el fin de su tiranía.

La felicidad no solo está atada a la belleza. Se puede vivir en un paraje magnífico, pero si se sufre una enfermedad crónica, un clima económico inestable y contaminación, las probabilidades de ser feliz se reducen. Ciudad México o Santiago están atrapadas por la contaminación y en la linda Caracas, la escasez de agua potable y alimentos, los apagones y la inseguridad, el desmantelamiento de los hospitales y el insano clima político, conspiran contra el bienestar.

El medio ambiente y la dieta saludable y el ejercicio son propiedades que hacen a la calidad de vida, pero no son suficientes. Las cuestiones físicas necesitan alma y ahí es donde se insertan los valores espirituales, emocionales y morales.

Muchos confunden la felicidad con la alegría, el entusiasmo y el optimismo, pero muchas veces está relacionada a la superación, el sacrificio y, sobretodo, al propósito de vida. También se confunde con el tener, el éxito y la fama, aunque el cómico Robin Williams, así como muchas celebridades que se suicidaron, desmitifican esos atributos.
Al contrario, nadie puede negar la felicidad de San Francisco de Asís que se consagró a la pobreza, la de la Madre Teresa que vivió sirviendo entre leprosos, la de Ghandi que sufrió violencia por pregonar la no violencia o la de Stephen Hawking que, incapaz de mover un dedo, nos regaló haber descifrado muchos misterios del Universo. La felicidad radicaba en sus objetivos de vida.

Si se presta atención a sus entrelíneas, el Papa hace referencia continua a la felicidad física y al bienestar espiritual bajo la correlación persona-lugar-propósito. En el documental presentado en el reciente Festival de Cannes, “Papa Francisco: un hombre de palabra”, habla de alcanzar la plenitud con la vocación de servicio y el amor al prójimo, a lo que le suma sus tres principios espaciales, o de lugar, que dignifican e incentivan la felicidad del ser humano: “Tierra, techo y trabajo”. trottiart@gmail.com

mayo 12, 2018

¡Move to Miami! ¿Move to Miami?


Si uno escucha el nuevo hit de Enrique Iglesias y Pitbull no hay que pensarlo dos veces. “Ella (léase sus atributos físicos) va a hacer que te mudes a Miami” dicen convencidos, convirtiendo a esta ciudad y sus mujeres en el centro del Universo.

Lo mismo recalca la Oficina de Turismo. El área metropolitana de Miami con sus playas, museos, hospitales, casinos y shoppings outlets y de alta gama, tiene poca competencia en el mundo. En 2017, pese a un año económicamente mediocre, Miami atrajo récord de visitantes, 16 millones de turistas. Volcaron 26 billones de dólares a la economía local.

En estos días las autoridades aprobarán la construcción de un nuevo mall con cancha de sky bajo techo (de nieve, al estilo Dubai), parque acuático con submarino y kilómetros cuadrados para comercios y hoteles. Costará 4 billones, empleará a 14 mil trabajadores y atraerá 30 millones de visitantes al año.

Las grúas de construcción, como arañas sobre la ciudad, remarcan que Miami sigue pujante y en expansión. Es hogar para miles que escapan de crisis como la de Venezuela y para una nueva ola de inversores chinos con billetera abultada.
Descripto así, Miami es una fuerza centrífuga a la que el envidiado esposo de Kournikova y Pitbull le ponen sazón. Pero no todo lo que reluce es oro. A “Move to Miami” le apareció una contrapeso que pone en jaque el cetro de Miami como la capital del Sol. Bajo el título “El mar invasor”, los influyentes diarios Miami Herald, Sun Sentinnel y Palm Beach Post, reinstalaron en la conversación pública un hierro caliente que todos preferirían esquivar: el aumento inexorable del nivel del mar.

La astucia periodística obliga a los políticos a ser más receptivos y proactivos a los efectos del calentamiento global de cara a las elecciones legislativas de noviembre. Aunque en el área de Miami se hace más prevención que en otras ciudades costeras de EEUU, no es suficiente. Todavía la opinión pública no está presionando por más soluciones concretas y los políticos están más relajados desde que Donald Trump acaparó todas las críticas al retirarse del Acuerdo de París y de que el gobernador Rick Scott, también republicano, es el blanco de ataques por su escepticismo a futuro.

Hay poco consenso sobre las causas del cambio climático, si se debe a la contaminación a un ciclo natural de la Tierra, pero nadie duda sobre sus efectos devastadores. Las consecuencias se palpan, pero falta mayor conciencia sobre la pesadilla que deberán asumir nuestros hijos y nietos.
La serie de editoriales bajo el título “el maremoto que se avecina” son lapidarias. Los estudios científicos citados vaticinan que Miami estará (literalmente) bajo las aguas mucho antes de lo pensado debido al derretimiento de los hielos. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica estima que para el 2060, el nivel del mar subirá entre dos y tres pies (61 a 91 centímetros) y para fin del siglo 8 pies (casi dos metros y medio). Una aceleración sustantiva considerándose que en los últimos cien años el mar subió 23 centímetros en Cayo Hueso.
Los diarios enfatizan que 22 de las 25 ciudades amenazadas por el elevamiento de las aguas en EEUU son de Florida. Y advierten que las evidencias son palpables en ciudades como Miami Beach, Fort Lauderdale y a lo largo del Intracostal, cuando en días de marea alta (dos a tres veces al año) el agua de mar brota por los vertederos pluviales, algo que jamás sucedía dos décadas atrás.
Cuando se habla de elevamiento de las aguas se asocia solo a que el mar inundará áreas costeras, pero el problema es más complejo, empezando por la contaminación de las napas de agua dulce con la salada. Los estudios preventivos indican que se necesitarán códigos de construcción más severos, plantas desalinizadoras e infraestructura no solo física sino de apoyo - políticas públicas, compañías de seguros, bancos - ya que cuando se planeó la contención años atrás, las proyecciones del calentamiento global no eran tan precipitadas como las de ahora.
La canción “Move to Miami” es pegadiza y apegada a la realidad actual. La ciencia y sus evidencias, sin embargo, obligan a pensar sobre la herencia que dejaremos a futuro, una responsabilidad que les cabe a las autoridades pero también a cada uno en lo individual. trottiart@gmail.com

 

mayo 06, 2018

Las mentiras en la democracia


Se celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa y en casi todos los discursos se aludió a la proliferación de noticias falsas, el gran dolor de cabeza de esta nueva etapa de la era digital.

Nadie hizo autocrítica ni pidió disculpas. Sí se propusieron, y en abundancia, fórmulas para contrarrestarlas y eliminarlas de la faz de la Tierra. Muchos gobiernos y legisladores, consideran que la regulación es la única forma de controlar a las fake news. Como argumento reclaman que se debe defender la democracia, reinstaurar la confianza pública y proteger a los usuarios en las redes sociales.

No creo que el camino sea la regulación. Fue y es la excusa perfecta de los gobiernos autoritarios, siempre en busca de recetas para legitimar la censura. Ante esta nueva moda reguladora, habría que preguntarse: ¿Se debe censurar a los medios y redes sociales, por donde se vehiculizan; o se debe castigar a quienes las originan? Y si se reglamentaran para evitar su intromisión negativa en procesos electorales, ¿no se corre el riesgo de caer en excesos, censurando opiniones, críticas y sátiras de apariencia falsa, pero igualmente válidas?

El peligro es que muchos temas periodísticos - Panamá Papers, FIFAgate, Paradise Papers, Odebrecht – habrían podido censurarse porque en sus inicios fueron rumores y datos dudosos, que alguien pudo haber reclamado por tratarse de noticias falsas.
Por esto creo que soportar mentiras, es el precio a pagar para descubrir verdades. La falsedad, incluso con la intención de causar daño, es el precio por vivir en libertad y con libertades de prensa y expresión.

Los legisladores no deberían apresurarse a legislar. Deben ser prudentes, permitir que el tema decante en la opinión pública e incentivar más debate.  Si se legisla cuando todavía existe confusión, se corre el riesgo de sobreactuar y extralimitarse con las prohibiciones.

Preocupa que la atención sobre las mentiras esté enfocada a censurar a los medios y a las redes sociales y no a sus usinas y fábricas. Las más perniciosas están alejadas del Periodismo, más bien son parte de los aparatos de propaganda gubernamentales, como lo demostró la trama rusa en EEUU.

No hay que ir tan lejos a buscar responsables. Todos los gobiernos y partidos políticos, con la ayuda de consultoras y de agencias, contratan ciber militantes que ofrecen servicios de trolls y bots. El trabajo de estos centros de propaganda y manipulación es crear cuentas de usuarios anónimas o con nombres ficticios para hacer campañas de desprestigio, insultar o instalar trending topics y manosear así la conversación pública. Hacerlo no requiere ni mucha profesionalidad ni muchos recursos. Ya no hay campaña política sin estos artilugios.

Algunos gobiernos muestran a cabalidad los efectos y excesos que se cometen cuando se legisla sobre contenidos y mensajes. Las leyes de propaganda enemiga y mordaza en Cuba y Venezuela, criminalizan toda crítica, opinión e información que no se ajuste a la “verdad oficial”, única y autorizada. Muchos periodistas y ciudadanos cumplen sentencias de 20 años de cárcel por el delito de opinión.

Sin dudas que las noticias falsas tienen influencia negativa en la confianza pública, debilitan las instituciones. Son un tema a remediar. Mucho debe pasar por la autorregulación. Facebook, Google y otras empresas digitales necesitan hacer mayores esfuerzos para diferenciar contenidos falsos de los que provienen de fuentes honestas. Deben ser más transparentes en la moderación de contenidos, impedir la publicidad engañosa y evitar la manipulación de los datos de los usuarios.  

El Periodismo debe procurar más calidad en los contenidos. Investigar y hacer del  fact checking un nuevo género periodístico. Todos, medios, redes sociales y gobiernos deben alfabetizar digitalmente a los usuarios para que reconozcan y no viralicen las noticias falsas.

Pero donde se impone estricta legislación es ante gobiernos y partidos políticos. Se necesita más transparencia sobre la financiación de las campañas electorales y sobre sus sistemas de propaganda, fábricas de fake news.  

En casos de información y contenidos, la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU es tajante. Prohíbe al gobierno crear leyes que censuren esas libertades, incluidas las noticias falsas. trottiart@gmail.com

abril 28, 2018

NICARAGUA: la catástrofe previsible


Nicaragua y su gobierno sandinista pasaron debajo del radar de la comunidad internacional por años, lo que le permitió al presidente Daniel Ortega construir un autoritarismo progresivo que recién se visualizó tras el estallido social de estos días.

La indiferencia internacional no fue casual sino estrategia trabajada por Ortega y su esposa Rosario Murillo, vicepresidenta y autoridad detrás del trono. Construyó su propia impunidad con los mismos mecanismos totalitarios que usó la dictadura de Anastasio Somoza, a la que derrotó durante una dura lucha armada que lo catapultó a su primera presidencia de 1979 a 1990.

Esas similitudes inspiraron el canto más pegadizo de las manifestaciones públicas actuales: “Somoza y Ortega son la misma cosa”. Ambos gobiernos hicieron del nepotismo su marca registrada, manipularon todos los resortes democráticos de la república, desde someter a todos los poderes públicos para su beneficio, perseguir a la oposición, censurar a la prensa, hasta coartar la libertad de expresión y mancillar el derecho de reunión. Ortega y Somoza se creyeron Estado y que el libre albedrío es un regalo de su autoridad.

El avasallamiento de estos principios básicos tiene su origen el mismo día que Ortega asumió su presente período presidencial hace 11 años, en 2007. Con la típica vocación de tirano, se sumó a la tendencia de muchos líderes latinoamericanos para reformar la Constitución y eternizarse en el poder. Y toda reforma, según indica el manual del dictador, siempre viene acompañada de fraude electoral. Ese fue su método para ganar inmunidad y esconder la corrupción y el despotismo.

Ortega y su esposa Murillo, siempre ataviada de religiosidad popular, con cantos a la Virgen y construcción de árboles de la vida, estructuras de metal gigantescas que se fueron regenerando después de una Navidad, supieron evadir la atención internacional. Compraron medios de comunicación que pusieron en manos de sus hijos y censuraron a la prensa privada e independiente. Hoy un par de diarios, entre ellos La Prensa y cuatro canales y un puñado de radios hacen malabarismos para sobrevivir ante la censura oficial que se acrecentó con el estallido social. La vicepresidenta insiste en regular las redes sociales para evitar la conversación y auto convocatoria ciudadanas.

El gobierno también incorporó a los empresarios, muchos de los cuales fueron comprados con dádivas y privilegios. Ortega supo diferenciarse de Evo Morales, Hugo Chavez, Fidel Castro y Rafael Correa, sus correligionarios ideológicos, siendo más mesurado con sus discursos anti imperio para evitar sanciones y mantener el comercio con el vecino del norte.

Toda su estrategia fue posible gracias a los miles de millones de dólares que le regaló Hugo Chávez y Nicolas Maduro, en época de vacas gordas, cuando Venezuela todavía pensaba en el milagro de una revolución del siglo 21 que terminó siendo del siglo 14. Como parásito del chavismo y buen pasar económico, Ortega tuvo el privilegio de gobernar con una fuerza desproporcionada y en silencio, lejos de los flashes.

La debacle venezolana arrastró a Nicaragua. Ortega derrochó cuando pudo haber ahorrado. En aprietos se vio obligado a meter la mano en el bolsillo de los ciudadanos con una reforma al sistema previsional, quitándoles ingresos a los jubilados. Nadie lo soportó. El estallido era evidente.

La fuerza excesiva y desproporcionada de la Policía y de la Juventud Sandinista causaron más de 30 muertos. El régimen cerró canales y censuró radios. Muchos periodistas en canales oficiales y cuasi oficiales renunciaron. Nadie quiso quedar pegado a las groserías antidemocráticas. El tema económico fue solo la gota que rebasó el vaso.

Ortega siempre usó careta de demócrata, pero nunca lo fue. Su autoritarismo es en parte responsabilidad de los nicaragüenses que esperaron mucho tiempo para gritar como ahora y de la comunidad internacional que le dejó pasar muchas arbitrariedades sin chistar.

Hace semanas terminé mi columna con “¿Suena Nicaragua?”, aludiendo a que la comunidad internacional no podía cometer el mismo error de ser indiferente a la situación nicaragüense como se fue con la venezolana. Esta catástrofe se hubiera podido prevenir si se hacía cumplir la Carta Democrática Interamericana. 
trottiart@gmail.com

abril 21, 2018

El Guacho: Se busca vivo o muerto


Era viernes y estábamos reunidos en Medellín. Rogábamos para que la evidencia mortal de los periodistas ecuatorianos fuera falsa, pese a que un objetivo de nuestra reunión era crear estrategias para combatir las noticias falsas.

Esta vez en la Sociedad Interamericana de Prensa hubiéramos preferido que todo lo que provenía de Walter Arizala Vernaza, alias el “Guacho”, fueran mentiras, en especial el secuestro y asesinato de los colegas. Líder de un grupo guerrillero disidente de las FARC, el Guacho no aceptó ser parte del proceso de paz, acuerdo por el que el presidente Juan Manuel Santos ganó el Premio Nobel de la Paz.

Desde el secuestro ocurrido el 26 de marzo, hasta el desenlace fatal el 13 de abril, el juego del Guacho fue macabro. Primero, mostró un video en que los periodistas, encadenados por el cuello, advertían que saldrían vivos si eran canjeados por guerrilleros presos en Ecuador, extorsión que se trasladó al presidente ecuatoriano Lenin Moreno. Luego, se comunicó que los secuestrados fueron ajusticiados en represalia por las incursiones armadas de los ejércitos de Ecuador y Colombia en la zona fronteriza del Metaje donde opera el Guacho y sus secuaces.

El 11 de abril todavía existían dudas sobre la veracidad del comunicado, ya que en el modus operandi de las FARC los secuestrados solían permanecer meses y años en cautiverio. Finalmente, el 12 de abril circuló una foto con tres cuerpos casi irreconocibles, que al día posterior, el presidente Moreno confirmó que eran los de Javier Ortega, Paul Rivas y Efraín Segarra, integrantes del equipo periodístico del diario El Comercio de Quito.

Tras la confirmación del hecho, indignación profunda y repudio enérgico. ¿Cómo un grupo guerrillero pudo matar a sangre fría a tres mensajeros que fueron a retratar el costumbrismo de aquellos que conviven a diario con la violencia, sin siquiera haber investigado las complejidades del tráfico de drogas?

Respuesta simple. El grupo del Guacho nada tiene que ver con el idilio ideológico con el que la guerrilla colombiana se justificaba para dinamitar edificios, torres, oleoductos o masacrar poblados enteros. Ya no está conectada a las proclamas marxistas y arengas castristas de sus orígenes, sino emparentada con los negocios rentables y sangrientos del cartel mexicano de Sinaloa. La ropa camuflada solo enmascara la producción y ventas de drogas, la misma fachada que usan los 14 grupos disidentes de la FARC que anteponen drogas y violencia a la paz y el desarme.   

El domingo, todavía golpeados, pero con la noticia asimilada, el presidente Santos prometió que no descansaría hasta llevar al Guacho ante los tribunales o, en su defecto, darle de baja. El anuncio, al viejo estilo del lejano oeste “Se busca, vivo o muerto”, alivió a nuestra asamblea. Bálsamo de justicia para un gremio que en Colombia desde hace años batalla contra la impunidad que rodea a más de 150 casos de periodistas que fueron asesinados por guerrilleros, paramilitares, mafias y funcionarios corruptos en las últimas décadas.

Para muchos, el Guacho se cavó su propia fosa. No midió bien los efectos, pese a que habrá querido tener impacto en la Cumbre de las Américas que corría en Lima paralela a nuestra reunión. El presidente Moreno le dio al Guacho 10 días para que se entregue y junto a Santos le pusieron precio a su cabeza, 248 mil dólares a quien delate su ubicación.

Esta semana el Guacho atrajo represalias de las fuerzas armadas de ambos países. Se han intensificado las operaciones militares en la zona fronteriza, abundante en plantaciones de hojas de coca y laboratorios clandestinos de pasta. Sus acciones también descarrilaron negociaciones por la paz que Ecuador permitía se hicieran en su territorio entre el ELN, otro de los grupos guerrilleros, y el gobierno colombiano.

En su discurso, el presidente Santos habló del origen de los acuerdos de paz para terminar la guerra civil que costó a Colombia más de 220 mil víctimas y de su impotencia por no tener a todos los actores desarmados y sometidos al proceso o a la Justicia.

Pese a su discurso bien hilvanado, en nuestra reunión prevaleció la indignación por los tres colegas asesinados y el reclamo de justicia. Mejor vivo que muerto. Esperamos que el Guacho se perpetúe en la cárcel de por vida. trottiart@gmail.com

abril 14, 2018

Libertad de expresión en el contexto digital


No es casual que Mark Zuckerberg haya tenido que declarar esta semana ante el Congreso de EEUU por el robo de datos personales de usuarios en Facebook. Habla de los nuevos desafíos que enfrenta la libertad de expresión en el contexto digital.

Zuckerberg dijo que tratarán de eliminar cuentas anónimas y de usuarios que engañan y ganan dinero con noticias falsas. Tomará medidas para evitar el robo de datos como el de Cambridge Analytics (CA) que se apoderó de 86 millones cuentas para hacer propaganda encubierta e influenciar procesos electorales. También creará una comisión interdisciplinaria para estudiar los efectos de las redes sociales en la democracia.

Es bueno que Zuckerberg haya asumido que “no hicimos lo suficiente para evitar que estas herramientas se utilizasen también para hacer daño”. Pero pensar que las autocorrecciones de Facebook, Google o Twitter serán suficientes para resolver el problema es lejano a la realidad.

Pero el Congreso de EEUU dejó una imagen errónea. Crucificó a Facebook y amenazó con imponer regulación. Soslayó que la mayoría de los delitos cibernéticos no los comete Facebook, sino que se cometen a través de Facebook. La autorregulación en todo caso puede ser la respuesta para evitar que la privacidad de los usuarios sea vendida y para que cambien los algoritmos para que la publicidad no sea tan invasiva.

Las restricciones, los abusos, las censuras y las campañas de odio y de desprestigio en contra de críticos y opositores muchas veces son cometidos por los gobiernos. También por grupos de poder e ilícitos o en connivencia entre sí.

Sin ir tan lejos, en la vereda de enfrente al Congreso, está el presidente Donald Trump, un experto en el uso de Twitter para atacar y defenestrar a sus críticos. En la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa en Medellín, Colombia, se pudo apreciar que las mayores violaciones a la libertad de expresión digital son parte de la estrategia común de gobiernos y de grupos vinculados al poder que usan el internet y las redes sociales para asediar, contragolpear y crear campañas de desprestigio en contra de periodistas, medios de comunicación y ciudadanos críticos en general.

Los gobiernos más avezados en estas lides son los más autoritarios. Cuba y Venezuela han creado una estrategia de férreo control sobre las comunicaciones digitales a través de empresas oficiales monopólicas. Bloquean sitios web nacionales y extranjeros, así como el acceso de periodistas independientes al correo electrónico, hackean cuentas de usuarios en las redes sociales y con información falsa crean campañas de descrédito en contra de disidentes.

En Nicaragua el gobierno tiene una red de cuentas en plataformas digitales para hacer propaganda y contragolpear por críticas en su contra, muy al estilo tradicional, cuando las marchas antigubernamentales en las plazas eran neutralizadas con contramarchas oficialistas.

En países más democráticos como Argentina, Colombia, Ecuador y Brasil, el ambiente también está contaminado por maniobras de desinformación, discursos de odio y acciones difamatorias usualmente anónimas a través de las redes sociales. En otros países como Honduras, Guatemala y El Salvador, gobiernos nacionales y municipales usan botcenters, netcenters y ejércitos de cibermilitantes para atacar a los críticos.

También se han detectado movimientos de ciberactivistas que buscan afectar las elecciones en Brasil, Colombia, México y EEUU, país este último por la que los legisladores atraparon a Zuckerberg, para evitar que los rusos contaminen las elecciones legislativas de noviembre como lo hicieron en las presidenciales de 2016.

Los legisladores de EEUU son ahora responsables. Si crean regulaciones serán imitadas por varios gobiernos del mundo, en especial de América Latina, que ya tienen varios proyectos de ley en la mano para regular el internet.

Facebook y la industria digital deben con urgencia poner lo suyo con estricta autorregulación para no dar excusas innecesarias a los legisladores. Deben censurar los discursos de odio y cuentas anónimas, así sean de la inteligencia rusa o guatemalteca, ya que en nada contribuyen a la libertad de expresión o a aquel lema de uno de los creadores del internet, Vint Cerf, que dijo que debe “ser abierto, sin fronteras y sin regulación”. trottiart@gmail.com

abril 07, 2018

Mejor informados; más polarizados


Hay opciones y acceso a más cosas que en cualquier época, desde alimentos y automóviles a teléfonos inteligentes e información. Pero ni la abundancia nos hace más felices ni la mayor cantidad de información nos hace más equilibrados, sociales y democráticos.

Al contrario. La saturación informativa a la que estamos expuestos, ya sea por lo que consumimos en los medios o lo que compartimos en las redes sociales, nos hace menos moderados y tolerantes; más polarizados.

La polarización no es nueva, pero sí más aguda que antes. Los medios reflejan visiones antagónicas, celebridades contra políticos, funcionarios contra activistas y periodistas contra todos, y el público toma partido, se divide. El fenómeno se vivió esta semana en las calles de Brasilia. Miles, ataviados de verde y amarillo, festejaban que Lula da Silvia terminó en la cárcel por corrupto; e igual cantidad, enfundados en rojo, vitoreaban al líder que rescató a millones de la pobreza.

En EEUU el efecto polarizador es cada vez más acentuado. Se apodera de cualquier debate, desde el racismo a la portación de armas o desde los beneficios o no de la vacunación a si el calentamiento global es o no consecuencia de la contaminación. Los líderes de opinión no ayudan a calmar las aguas. El presidente Donald Trump más bien las agita. Sus discursos, promesas y tuits no dejan opción más que a plegarse o a rebelarse.

Un estudio de Neil Johnson, un científico de la Universidad de Miami, demostró que existe ahora “un estado de polarización pura”, cada vez con menos estadounidenses en el medio de los dos extremos. Y considerando el ecosistema informativo actual, en el que todos buscan generar impacto y así obtener más recompensa social, teme que la brecha continuará en expansión.

Las fake news y Facebook, chivos expiatorios de todos los males en la actualidad, no tienen la culpa de la polarización, aunque sí injerencia indirecta en la ecuación. Los psicólogos sociales explican que la tendencia del ser humano siempre fue a agruparse entre quienes opinan y comparten sentimientos similares. De ahí la virtud de Facebook y de otras redes sociales en la creación de comunidades.

El problema es que no siempre las comunidades actúan en forma virtuosa, degenerando en muchedumbres o masas fáciles de manipular, en especial cuando están expuestas a fuerzas encubiertas como las que usó Cambridge Analityca para influenciar a millones de usuarios para que voten a un candidato sobre otro.

La estrategia de Mark Zuckerberg para resguardar los datos personales es una medida excelente, pero solo recompone el tema de la privacidad de los usuarios. Su otra maniobra, la de cambiar los algoritmos de Facebook para que la gente pueda tener mejores vínculos con familiares, amigos y conocidos y, así, crear comunidades más fuertes, es un tanto preocupante. Comunidades más compactas y focalizadas en sus intereses, pueden derivar en mayor polarización.

Facebook y las redes sociales no están solas en esta jungla de la polarización. Los medios de comunicación también tienen responsabilidad al hacerse eco e incentivar con exageración las posiciones antagónicas. Los trolls de estilo ruso también motivan divisiones al defenestrar a unos y ensalzar a otros, mientras los generadores de spam quedan alucinados cuán fácil es generar ganancias sobre la base de mentiras y noticias sensacionalistas.

Los extremos más pronunciados, empero, los crean los instrumentos de la  democracia: las elecciones. Su cantidad no sería problema si no fuera por la desmedida polarización de los candidatos. Se sacan los ojos para ganar seguidores, para días después, en nombre de la unidad, los abandonan desorientados. A ello se suman los consultores de la imagen y el discurso, que con los mismos utensilios propagandísticos de Goebbels, juegan con las emociones de la polarización, machacando con mentiras y noticias falsas hasta convertirlas en  verdades.

Es positivo que la lucha actual de los gobiernos, el periodismo y los gurús del mundo digital esté enfocada en controlar las noticias falsas para que haya elecciones limpias y mayor confianza pública. Pero no es suficiente. Si se quiere resguardar la democracia, la polarización debe ser el problema prioritario a resolver. trottiart@gmail.com


marzo 31, 2018

El Mundial, el espía y el boicot


El Mundial de Fútbol arrancó antes de lo pensado. En la semana que se disputaban los últimos amistosos, algunos gobiernos politizaron la Copa anunciando un boicot a la anfitriona Rusia, en represalia por haber envenenado a uno de sus espías desertores en Inglaterra.

El bloqueo convocado por los ingleses al que se adhirió Islandia y se sumarán otros países, es desacertado y desproporcionado. El Mundial y las Olimpíadas deberían estar blindados a decisiones políticas que desnaturalicen su esencia deportiva, más allá del contexto político del momento.

Un boicot contra un Mundial debería circunscribirse a lo deportivo; y en ese terreno los rusos dan excusas bien válidas. Hicieron trampa con un potente programa gubernamental de doping para elevar el rendimiento de miles de atletas olímpicos, incluidos futbolistas, y compraron su sede sobornando a más de un jerarca de la FIFA. Lamentablemente, esta, cuyos estatutos le ordenan evitar injerencias extradeportivas, está imposibilitada moralmente de actuar, desde que sus jerarcas vendieron sedes y puestos al mejor postor, como desnudó el FIFAgate.

Un bloqueo político puede abrir puertas peligrosas en el futuro. ¿Por qué no boicotear a Qatar 2022 por la desigualdad de la mujer, a China por la esclavitud de obreros en sus fábricas, a Egipto por tolerar a extremistas o a Kenia por no proteger animales en extinción? El problema, además, es que la política cambia de inmediato y desorienta. ¿Quién hubiera imaginado que Donald Trump y Kim Jong-un tendrán una cumbre para dirimir sus reyertas, cuando semanas atrás guapeaban a ver quién apretaba el botón nuclear con más fuerza? ¿Y quién no se atrevería a imaginar que pronto Trump, Vladimir Putin y Theresa May coincidan sonrientes en una foto, argumentando que todo fue un malentendido y acusen a terroristas chechenos de haber manipulado el químico contra el espía?

En todo caso, el boicot anunciado es también desproporcionado. Existen causas mucho más graves para excluir a Rusia que por el presunto envenenamiento de Serguei Skripal y su hija Yulia. La injerencia en elecciones foráneas, la guerra en Siria, la anexión de Crimea o la invasión de Ucrania serían argumentos más contundentes y convincentes.

Por supuesto que la intoxicación del espía y su hija merecen fuertes represalias. Políticamente las medidas planteadas están surtiendo efecto y era obvio que Rusia respondería con reciprocidad a EEUU y los demás países que expulsaron a más de 140 diplomáticos en total, de los que se sospechaba hacían trabajos de espionaje. En todo caso, lo que no se entiende, es porque se espera a que explote un conflicto para dirimir cosas que se sabían. Esta es otra razón para blindar a los Mundiales de injerencias extradeportivas.

Hace rato que se dejó de lado la política que quiere reinventar ahora Inglaterra para escarmentar a Rusia. Se recuerda aquella vez que algunos países americanos decidieron no enviar a sus selecciones al Italia 1934 para renegar del fascismo de Benito Mussolini y responder por el boicot de varios equipos europeos al primer Mundial en Uruguay 1930. Si bien muchas veces hubo amagues y algunos boicots quirúrgicos, como el de Johan Cruyff de la Naranja Mecánica al Argentina 1978 por las violaciones a los derechos humanos de la dictadura militar, apoyar un boicot político ahora abre puertas insospechadas, ya que ningún país está libre de pecados.

Sin dudas que las protestas son excelentes armas para crear conciencia sobre cualquier conflicto; y ojalá muchas se vean en las ciudades sede fuera delos estadios. Pero hacer boicots políticos ahora es contranatural al espíritu deportivo e irrespetuoso con los fanáticos. Rusia hubiera tenido que ser bloqueada al momento de su votación como sede, cuando los dirigentes de asociaciones y confederaciones, políticos incluidos, tuvieron la oportunidad de hacerlo.

A esta altura, nosotros, los fanáticos, estamos más inquietos sobre si nuestro equipo pegará el batacazo, si el VAR arruinará el espectáculo o si podremos ver los partidos en nuestras oficinas, como para preocuparnos si los príncipes William y Kate o Mauricio Macri y su hijita Antonia se sentarán el 14 de junio junto a Vladimir Putin para disfrutar del partido inaugural entre Rusia y Arabia Saudita. trottiart@gmail.com


marzo 24, 2018

El Facebook nuestro de cada día: Los usuarios también somos responsables


La confianza es la mayor víctima tras el robo de datos personales de 50 millones de cuentas en Facebook. Mark Zuckerberg y la ladrona Cambridge Analitycs deben admitir y pagar culpas. Pero los gobiernos, las consultoras y los usuarios también deberían asumir su cuota de responsabilidad.

Zuckerberg es el máximo responsable. Su falta de transparencia derivó en su condena. Salió tarde a dar explicaciones. Supo del robo hace dos años pero esperó a que lo convocaran los parlamentarios de Washington, Londres y Bruselas, siempre hambrientos por regular. Tampoco le ayuda no haber hecho mucho sobre los trolls rusos que bombardearon con noticias falsas a 126 millones de sus usuarios durante las elecciones pasadas.

Los rusos o Cambridge Analytics no son los únicos malos de la película. Todos los gobiernos y políticos durante procesos electorales se amañan con modernas consultoras que hacen gala de su eficiencia para manipular electores en las redes sociales. Muchos gobiernos tienen ejércitos de cibermilitantes que navegan las redes apagando fuegos, críticas y disensos. Las actuales campañas en México y Colombia, así como la anterior de Argentina, están regadas de los mismos pecados sufridos en EEUU, excepto que nadie los transparenta.

El caso Cambridge Analytics tiene gran impacto por la masiva fuerza movilizadora de Facebook, pero no implica que los 50 millones de usuarios de ahora y los 126 millones de antes, a los que se bombardeó con noticias falsas y propaganda encubierta, se hayan tragado el sapo de que el papa Francisco apoyaba a Donald Trump o que Hillary Clinton hizo un pacto con el diablo y los terroristas musulmanes. Facebook tampoco es la única empresa que ha sido afectada por robo de datos. Yahoo, MySpace, eBay, Sony, American Express y muchas otras empresas en el mundo, privadas y públicas, sufrieron robos con efectos aún más perniciosos para los usuarios.

Está claro que la mala praxis de Facebook debe ser reparada de inmediato. Pero no hay que confiar en aquellas personas o movimientos que piden a los usuarios boicotear o eliminar sus cuentas de la red social. Es una petición contra natura que afecta libertad de expresión, tanto como aquellos llamados de Trump a que el público no lea el New York Times, el de Cristina Kirchner contra Clarín o los de Hugo Chávez a apagar Radio Caracas Televisión y CNN en Español. Más que plegarse a esas demandas, habría que investigar quienes están detrás de ellas, ya que gobiernos como los de la inexistente Primavera Árabe, de Rusia, China, Cuba, Venezuela y Nicaragua, por citar algunos, le tienen pavor al empoderamiento de las masas en las nuevas plazas públicas, esas que ahora les resulta difícil controlar.

Los usuarios también tenemos una alta cuota de responsabilidad individual. Es cierto que las redes sociales pueden ser dañinas y crear adicción, razón por la que Tim Cook de Apple se las ha prohibido a su sobrinito y casi toda universidad de prestigio tiene enjundiosos estudios sobre ellas, así como antes sobre la adicción insana a la televisión y los videojuegos.

Ciertamente que en las redes vivimos sometidos a presiones sociales, somos adictos a los likes y a empatizar con aquellos que piensan como nosotros. Pero no podemos culpar a los demás de todos los males a los que estamos expuestos, así sea a Johnny Walker por nuestro alcoholismo, a Marlboro por nuestro tabaquismo o a McDonald’s por nuestra predilección por la comida chatarra. Toda adicción depende de una elección personal.

Facebook ya no es la plácida carretera de campo donde pasar lindas horas. Ahora es una autopista embotellada en la que se debe circular con mucha precaución para evitar accidentes. Si bien en este caso solo 270 mil usuarios de 50 millones habían autorizado el acceso a sus datos para un test psicosomático, Facebook es explícito a lo que nos exponemos cuando navegamos en su red, aunque lamentablemente deja muchas cosas en letra chica.

Más transparencia de Facebook, con más y mejores advertencias, nos ayudaría a los usuarios a tomar mejores decisiones. Sería contraproducente que por esta crisis de confianza perdamos de vista que esta y otras redes sociales empoderan una comunicación más abierta y democrática, o que terminemos por enlodar el clima de libertad de expresión que tanto cuesta conseguir y mantener. trottiart@gmail.com


marzo 17, 2018

El Big Bang, Stephen Hawking y mi mamá


El mundo perdió a un grande y yo a una referencia. Nunca estuve muy atento a sus predicciones celestiales sobre si la Humanidad se extinguirá en 600 años, si Dios fue quien apretó el botón del Big Bang o si lograría conciliar la relatividad de Albert Einstein con la energía cuántica de los agujeros negros.

Mi referencia con Stephen Hawking siempre fue mucho más terrenal; más empática con su sufrimiento que con sus descubrimientos. Murió por la misma enfermedad incurable que sufrió mi mamá, esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una dolencia degenerativa del sistema nervioso.

Hawking fue inspiración y esperanza. Con su carisma popularizó la ciencia como Carl Sagan y por su intelecto compartió pedestal con Einstein, Newton, Galileo, Pitágoras y otros científicos que hicieron historia. También fue esperanza para millones de personas a las que les pronostican que sus vidas se apagarán en dos años o, con suerte, en un par más. Misteriosamente, como el Universo, Hawking sobrevivió más de 50 con la enfermedad.

El diagnóstico a mi mamá también fue de dos años, pero vivió cinco. No por ello la enfermedad fue menos cruel. Como un agujero negro, el ELA le fue chupando y  consumiendo cada signo vital de su cuerpo. La dolencia no sería tan brutal si no fuera que los pacientes tienen lucidez hasta el último soplo de vida. Los pulmones colapsan tras una parálisis eslabonada que empieza por los músculos de cada miembro, se extiende por el tronco y se apodera hasta de las cuerdas vocales y los párpados.

Tal era la claridad mental de mi mamá, que ya postrada, desde que su cuerpo había perdido la robustez para estar en silla de ruedas, con un movimiento insistente de ojos le advertía a mi papá que debía llamar a Miami o Madrid para saludar a uno de sus seis nietos en su cumpleaños. Tuvo lucidez hasta un 10 de abril, día que sus pulmones colapsaron. Quisquillosa como siempre, estoy convencido que aguantó hasta el día después del cumpleaños de Sofía, su nieta, para no estropearle la celebración.

Me fue difícil soportar al ELA en la comodidad de la distancia. Cada visita a su casa era una tortura al ver como la vida de una persona enérgica y de fe irreductible se desvanecía progresivamente sin esperanza. Todavía dudo si en el martirio de sus últimos días no habrá flaqueado su mente y perdido la Fe.

El golpe mayor lo sufrí cuando tuve que ir a ver a un neurólogo en el Hospital Palmetto de Miami para que descifre el diagnóstico que los médicos no le habían querido comunicar a mis padres. Después de contarle que ni médicos ni curanderos habían acertado con los remedios para aliviar el entumecimiento de sus piernas, el neurólogo abrió el sobre, ojeó y me dijo: “aquí está”. Señaló las siglas ELA escondidas en el segundo párrafo, y sin la piedad de los médicos de mi mamá en Argentina, sentenció: “Su madre tiene Lou Gehrig… le quedan dos años de vida”.

Sentí un baldazo de agua helada sobre mi cabeza como el que se hizo viral en 2014 para crear conciencia sobre el ELA. Debe haber sido la misma sensación que sintió mi mamá cuando mi papá le dio la noticia y el aturdimiento helado que sintió Hawking cuando el médico le vaticinó dos años de vida y “una derrota muy fuerte” contra una enfermedad apocalíptica. Entonces, Hawking tenía 21 años y el mundo en sus manos: primera novia, nueva universidad y toda una vida por delante para estudiar “el matrimonio entre el espacio y el tiempo”, tal lo encarnó Eddie Redmayne en el film “La Teoría del Todo”.

Desde aquel anuncio, hasta sus 76 años, Hawking entendió que “alguien” le regaló vida. Creo que logró sintetizar todos sus descubrimientos en una frase de científica humanidad: “El Universo no sería gran cosa, si no fuera hogar de la gente a la que amas”. Enseñanzas simples como estas y otras muy complejas, deberían inspirar a gobiernos e instituciones a volcar más recursos para descubrir la cura del ELA.

Obviamente las distancias entre el universo de Hawking y el de mi mamá son siderales, pero confluyen en un agujero negro común. Ambos, en definitiva, creyeron que debe haber vida o una razón más allá de las estrellas. Él, desde la complejidad científica, siempre buscando descubrir al responsable del Big Bang y ella, desde la simpleza terrenal de la Fe, nunca teniendo dudas sobre quién fue El responsable. trottiart@gmail.com

Cambalache digital y la desinformación

  Les comparto una entrevista que me hizo el periodista Pedro Gómez de ABC Revista de ABC Color, periódico de Paraguay. Agradezco también al...