octubre 15, 2025

El sesgo moral del lenguaje periodístico

Soy suscriptor y admirador del periodismo de El País de España y de lo que producen sus redacciones en los países americanos. En estos días leí mucho de lo que expresó su director sobre el criterio editorial y sobre lo que dijeron sus periodistas en el Congreso de la Lengua en Arequipa. Sin embargo, me permito hacer la siguiente reflexión para que se evite la arrogancia periodística. Hablaron sobre el lenguaje, pero quiero referirme al sesgo moral del lenguaje periodístico.

El periodismo, incluso el más prestigioso, no escapa a ese sesgo moral que se esconde en las palabras o dentro del criterio editorial soberano que se proclama a conveniencia.

Basta revisar cómo El País, por ejemplo, clasifica a algunos presidentes. 

Donald Trump y Javier Milei son “ultraderecha”; Nayib Bukele, “autoritario”. Pero a Nicolás Maduro, Daniel Ortega o Miguel Díaz-Canel rara vez se los describe como “ultraizquierda”. A Petro y Lula se los llama “izquierda progresista”, y a Pedro Sánchez, “socialista”.

El lenguaje define el marco moral de la noticia. “Ultraderecha” no solo ubica, sino condena. “Progresista” no solo describe, sino absuelve. Así se construye una narrativa donde la derecha se asocia con el peligro y la izquierda con el matiz.

No se trata de mala fe. Es un reflejo estructural de la cultura del medio y de su público.

El periodismo progresista, al igual que el conservador, suele juzgar desde su propia fe secular. Pero cuando el periodista sustituye el testimonio por el juicio, deja de informar para comenzar a educar moralmente al lector. 

En tiempos donde la propaganda se disfraza de análisis y la opinión se maquilla de información, el deber del periodista es resistir el impulso de calificar. Nombrar con precisión, sí; pero sin repartir absoluciones ni condenas. Que el lector o el público lo haga, no el periodismo.

El periodismo necesita menos dogma y más humildad.


octubre 06, 2025

El presente de la IA en el espejo del futuro

 

Quiero agradecer a June Erlick, editor-in-chief de la prestigiosa ReVista, Harvard Review of Latin America, por haberme invitado como colaborador de esta edición con una nota sobre mi novela Robots con Alma: atrapados entre la verdad y la libertad y como esta ciencia ficción del futuro se comunica con nuestro presente atravesado por la IA.

Este es el enlace: https://revista.drclas.harvard.edu/giving-a-soul-to-ai-when-fiction-illuminates-the-ethics-of-the-present/


septiembre 27, 2025

Principios irrenunciables para el Periodismo

Tuve el privilegio de presentar esta semana Robots con Alma en el Colegio Universitario Politécnico (CUP) de Córdoba, donde estudié Periodismo en mi juventud. Cómo la inteligencia artificial afectará al Periodismo en el futuro fue el tema principal de la charla con los alumnos y un grupo de profesores liderados por Florencia y José Pérez Gaudio.

Hace más de 40 años tenía más dudas que certezas sobre la profesión que abrazaba. Escribíamos con máquinas de escribir y copiábamos con papel carbónico. Hoy contamos con herramientas avanzadas, internet, redes sociales, IA generativa, pero los dilemas son los mismos. ¿Para qué servimos? ¿Cómo educamos, orientamos y provocamos reflexión? ¿Sobrevivirá nuestro trabajo en el futuro de la superinteligencia?

La respuesta está en lo esencial. Las herramientas cambian, los principios permanecen. Así fue con la imprenta, la radio o internet, y así será ahora. Lo importante no son las tecnologías que usamos, sino los principios que nos guían. Buscar la verdad, defender la libertad, practicar la bondad y desplegar la creatividad.

Las tecnologías son pasajeras; los principios, atemporales. Y en tiempos de algoritmos que nos vigilan, de burbujas que refuerzan prejuicios y de máquinas que hasta ponen a prueba nuestra creatividad, necesitamos reforzar nuestros valores.

En mi propio recorrido he encontrado tres verbos que sintetizan un periodismo con alma, que se alinean a los principios del Periodismo Idea, filosofía de Miguel Pérez Gaudio, fundador del CUP, basados en educar, orientar y hacer pensar, entre otros.

·       Defender la libertad como garante de la democracia y el bien común.

·       Descubrir la verdad para iluminar los que se quiere mantener oculto.

·       Inspirar con creatividad y bondad para fortalecer la conciencia ciudadana.

Los principios, y no las herramientas, son los que hacen que el periodismo prevalezca en el tiempo. Son la brújula frente a cada revolución tecnológica y el alma de la profesión. Y no deben ser solo declarativos. Aristóteles nos recuerda que los principios se practican hasta convertirlos en hábito.

 

septiembre 24, 2025

La sátira como indicador de la salud democrática

Anoche volvió a la televisión el comediante Jimmy Kimmel de donde nunca tuvo que haber sido suspendido.

La tolerancia a la sátira es un indicador de la salud democrática de un país. Siempre argumenté que la sátira política debe ser considerado un género periodístico, porque su fuerza reside en que llega donde las denuncias, las críticas, las investigaciones o los editoriales no siempre alcanzan.

Desde el ateniense Aristófanes hasta los caricaturistas contemporáneos, la sátira ha servido como una herramienta de resistencia cívica, no solo para hacer reír, sino para incomodar, cuestionar y provocar reflexión. Al deformar o exagerar la realidad, la expone; al exagerar los defectos de los líderes, los desnuda; al ironizar sobre decisiones públicas, obliga a la ciudadanía a mirar más allá de la retórica oficial.

Debido a esas características, los poderes autoritarios suelen reaccionar en forma desproporcionada, como en el caso de Kimmel y de Stephen Colbert tras las reacciones de Trump, o como el caso del caricaturista ecuatoriano Bonil durante el gobierno de Correa, el de otros caricaturistas en la dictadura de Chávez u otros durante las dictaduras del Cono Sur, cuando la sátira era la única opción para burlar la censura.

También vale recordar que la sátira, aunque no esté limitada por las reglas del periodismo tradicional, tampoco está exenta de responsabilidad si sus efectos incitan a la violencia, al odio o la discriminación, de allí que cause tanto entusiasmo o decepción según la óptica desde donde se la mire.

Durante la primera presidencia de Trump, se debatió sobre los límites de la sátira y la libertad de expresión cuando la comediante Kathy Griffin apareció en una imagen con la cabeza del entonces presidente. Años antes, las imágenes de monos durante la presidencia de Barack Obama encendieron un debate que se apagó enseguida por falta de reacción del afectado. Pero el debate fue global cuando el semanario francés Charlie Hebdó publicó una caricatura de Mahoma que las personas de origen musulmán consideraron ofensiva y discriminatoria. Muchas veces lo que genera controversia no es la sátira en sí misma, sino el momento, inoportuno en el que Kimmel se expresó por el crimen de Charlie Kirk.

De todos modos, nada justifica la intolerancia, ni la violencia terrorista contra los ilustradores de Charlie Hebdó, ni la persecución legal contra Bonil, ni la amenaza de cerrar una televisora para silenciar a sus comediantes.

La sátira puede incomodar, pero esa es su esencia democrática. Lo intolerable es que esa incomodidad se transforme en censura, persecución o violencia. En democracia, el único límite legítimo a la sátira no lo marcan los gobernantes ni los ofendidos, sino la justicia. Y la justicia no debe ser usada como mordaza, sino como garantía de que la libertad de expresión conviva con la responsabilidad. La censura disfrazada de autoridad moral o de poder político no protege a la sociedad, sino que la degrada, la empobrece y la asfixia.

 

Satire as an Indicator of Democratic Health

Last night, comedian Jimmy Kimmel returned to television, from which he should never have been suspended.

Tolerance for satire is an indicator of a country's democratic health. I have always argued that political satire should be considered a journalistic genre, because its strength lies in reaching where denunciations, criticisms, investigations, or editorials do not always reach.

From the Athenian Aristophanes to contemporary cartoonists, satire has served as a tool of civic resistance, not only to make people laugh but also to make them uncomfortable, question, and provoke reflection. By distorting or exaggerating reality, it exposes it; by exaggerating the flaws of leaders, it unmasks them; by being ironic about public decisions, it forces citizens to look beyond official rhetoric.

Because of these characteristics, authoritarian powers often react disproportionately, as in the case of Kimmel and Stephen Colbert after Trump's reactions, or the case of the Ecuadorian cartoonist Bonil during the Correa government, or others during the Chávez dictatorship or the dictatorships of the Southern Cone, when satire was the only option to circumvent censorship.

It is also worth remembering that satire, although not limited by the rules of traditional journalism, is not exempt from responsibility if its effects incite violence, hatred, or discrimination, which is why it causes so much enthusiasm or disappointment depending on the perspective from which it is viewed. During the first Trump presidency, the limits of satire and freedom of expression were debated when comedian Kathy Griffin appeared in an image with the severed head of the then-president. Years earlier, images of monkeys during Barack Obama's presidency ignited a debate that quickly died down due to the lack of reaction from the person affected. But the discussion became global when the French weekly Charlie Hebdo published a caricature of Muhammad that people of Muslim origin considered offensive and discriminatory. Often, what generates controversy is not the satire itself, but the timing, as was the case with Kimmel's ill-timed remarks regarding Charlie Kirk's crime.

In any case, nothing justifies intolerance, whether it's terrorist violence against the illustrators of Charlie Hebdo, the legal persecution of Bonil, or the threat to shut down a television station to silence its comedians. Satire may be uncomfortable, but that is its democratic essence.

What is intolerable is that this discomfort turns into censorship, persecution, or violence. In a democracy, the only legitimate limit to satire is not set by rulers or the offended, but by justice. And justice should not be used as a gag, but as a guarantee that freedom of expression coexists with responsibility. Censorship disguised as moral authority or political power does not protect society, but degrades, impoverishes, and suffocates it.

 

septiembre 19, 2025

La ficción para denunciar la mentira y la coacción

Agradezco al profesor Arturo Corona de la Universidad de Anahuac en México, y varios de sus estudiantes, por la entrevista sobre Robots con Alma en su podcast en el programa Cultura y Punto de la Radio Anahuac. Esta disponible en Spotify en este enlace: https://open.spotify.com/episode/3QOgIDMc9E4PZp4m8iJje5?si=AUmSecKKQ5yuWJLdEPDNow

Fue una nueva y excelente excusa para hablar sobre la revolución de la inteligencia artificial y como está cambiando nuestros hábitos, afectando a la democracia y es una herramienta fundamental para los periodistas. También hablamos de cómo usé la ficción y una historia del futuro para entender el presente, a sabiendas que la tendencia a la mentira y la coacción se acrecentarán.

 

septiembre 15, 2025

Cambalache digital y la desinformación

 

Les comparto una entrevista que me hizo el periodista Pedro Gómez de ABC Revista de ABC Color, periódico de Paraguay. Agradezco también al abogado César Coll, uno de los ejecutivos de ese medio.

https://share.google/mLFFBzZvyLrkOWQ6x

Ricardo Trotti nos habla del cambalache digital

Ricardo Trotti es un destacado periodista argentino de renombre internacional, quien llegó a ser director ejecutivo y es actual consultor de la Sociedad Interamericana de Prensa. Con nuestro país lo une los fuertes vínculos en defensa de la libertad de prensa y de expresión. Acaba de presentar su libro, el primero de una trilogía sobre un tema de actualidad fascinante y a la vez preocupante, la inteligencia artificial: Robots con alma: atrapados entre la verdad y la libertad.  

Por Pedro Gómez Silgueira

07 de septiembre de 2025

Cómo hacer frente a la IA, qué hacer para que los niños no caigan rendidos ante esa golosina tecnológica que les podría evitar el aprendizaje. Qué podemos hacer para procesar tanta información y enfrentar la desinformación. Ricardo Trotti, uno de los que más sabe del manejo de la información y las libertades, responde a estas preguntas que le enviamos para esta charla con ABC Revista:

– ¿Podrían tener alma los robots? ¿Cómo surgió el título de este libro?

– En esta novela me atreví a plantear una gran ironía: Dios, decepcionado por nuestras divisiones y conflictos, pide a los robots que salven a la humanidad, que nos recuerden nuestra propia divinidad. El título Robots con Alma surgió de esa provocación. En el fondo planteo si los humanos no estamos perdiendo el alma. Y en las formas: demuestro que vamos hacia la superinteligencia artificial, robots que ya no emulan o se programan, sino que son capaces de tener conciencia propia.

– ¿Es una novela de ficción o de realidad actual?

– Es ficción, pero como espejo del presente. Lo que describo está inspirado en dilemas actuales, potenciados: manipulación algorítmica, pérdida de libertades, desinformación. Es una distopía, pero no para asustar, sino para entender. La literatura no da soluciones técnicas, pero ofrece distancia para ver con más claridad los desafíos que ya enfrentamos.

– Los niños ya no quieren estudiar porque creen que los dispositivos tienen todas las respuestas. ¿Cómo podría afectar esto a la educación?

– El peligro es confundir información con conocimiento. Tener respuestas automáticas no significa entenderlas. La educación debería enseñar a preguntar mejor, cuestionar, conectar ideas y a cultivar el sentido crítico. El verdadero riesgo es que la IA nos convierta en usuarios obedientes (máquinas) en lugar de pensadores libres. La educación no puede terminar en consumo de datos e información, sino en cultivar sabiduría.

– ¿Hacia dónde cree que va la humanidad con la inteligencia artificial?

– Dependerá de nuestras decisiones. La IA puede ser un copiloto valioso o un chofer tiránico. Puede curar enfermedades, mejorar la educación, enfrentar el cambio climático, pero también puede ser un instrumento de vigilancia masiva y agravar la destrucción inteligente en una guerra. La clave no está en los algoritmos, sino en la ética y la política que los rodean, y ese es el gran desafío.

– ¿Del cambalache siglo XX pasamos a un cambalache XXI, no le parece?

– Sí; es un cambalache digital. Antes la confusión se veía en las calles, en la política o en la economía. Hoy se amplifica en las redes, donde todo se mezcla: verdad con mentira, ciencia con superstición, solidaridad con odio viralizado y donde los sesgos confirman nuestros prejuicios. La diferencia es que ahora el desorden no solo está afuera: se incrusta en cada pantalla o teléfono inteligente que miramos, moldeando nuestra percepción del mundo.

– Pero décadas atrás sabíamos cuál era ese desorden… ¿Ahora lo podemos desentrañar?

– Hoy es más difícil porque la manipulación es invisible. Los algoritmos nos aíslan en burbujas personalizadas, como espejos que nos devuelven lo que queremos escuchar. Por eso la pregunta no es si podemos entender el desorden, sino si podemos romper ese espejo y mirar más allá.

– ¿Quién define la verdad y quién define la mentira?

– Ese es el dilema central de la era digital. Ningún gobierno, empresa, periodista o ciudadano tiene el monopolio de la verdad. Lo que cambia ahora es la escala: nunca hubo tanta capacidad de manipular percepciones en tiempo real. Como digo en mi libro, la batalla no es solo por los hechos, sino por la confianza, por la credibilidad. La verdad o verificar los hechos es una responsabilidad personal.

– Décadas atrás se había planteado el fin de la historia… ¿Estamos frente al fin de la humanidad, del ser humano, el humanismo?

– No lo creo. Más que un fin, vivimos en una encrucijada. El riesgo es que la tecnología desplace lo humano a un segundo plano y que olvidemos nuestra esencia: verdad, libertad, creatividad, bondad y empatía. Si algo enseña Robots con Alma es que, paradójicamente, los robots podrían recordarnos que aún tenemos alma.

– Muchos estudiamos periodismo para cambiar el mundo. ¿Con la IA se puede cambiar el mundo desde el periodismo?

– Sí, siempre que no confundamos herramientas con propósito. La IA puede ayudar a verificar hechos, investigar y analizar grandes volúmenes de datos, incluso detectar noticias falsas o detectar nuevas realidades que escapan al ojo humano. Pero el periodismo no se mide en eficiencia, sino por sus principios éticos y el compromiso con la verdad. La IA puede darle más músculo al oficio, pero el corazón sigue siendo humano.

– ¿La sociedad actual es presa de apatía o de manipulación?

– La manipulación algorítmica nos adormece, y la apatía es la reacción natural de sentirnos desbordados. Pero no todo es derrota: hay jóvenes que reclaman futuro, comunidades que se organizan, voces que se rebelan contra la anestesia digital. Y, sobre todo, debe haber responsabilidad individual. No esperar que gobiernos o empresas lo resuelvan. Cada uno puede decidir qué comparte en las redes, qué consume, si chequea una noticia antes de difundirla o si prefiere apagar un rato la pantalla y volver a mirar a otra persona. Son gestos simples, pero multiplicados hacen la diferencia.

- ¿Cuáles son las soluciones que plantea a los dilemas de la IA y el avance tecnológico?

- No existen soluciones mágicas, pero sí tres direcciones claras. Ética: la innovación debe avanzar, pero con responsabilidad y transparencia. Política: necesitamos reglas globales, porque los algoritmos no conocen fronteras y el poder no puede quedar concentrado en unas pocas empresas. Y Cultura: redescubrir nuestra creatividad y el pensamiento crítico como antídotos frente a la deshumanización. En otras palabras: no se trata de apagar la tecnología, sino de encender lo que nos hace humanos y únicos. El dilema no es lo que hará la IA, sino lo que nosotros elijamos hacer con ella y ser frente a ella.

- Estás trabajando en otros dos libros que conformarán una trilogía. ¿Nos adelantás algo?

- Sí. Robots con Alma comienza con una Guerra de Conciencias, la lucha por el conocimiento. El segundo libro profundizará en la Guerra por las Almas, donde la pelea es por apropiarse de lo sagrado. Y el tercero planteará el dilema final: si la humanidad es capaz de convivir con inteligencias artificiales con conciencia. En el fondo, la trilogía no es sobre las máquinas, sino sobre nosotros recordándonos que el alma no se programa, sino que se cultiva.

pgomez@abc.com.py

 

septiembre 09, 2025

Libertad y democracia, frente a la mentira y el avance de la IA

Agradezco la charla profunda con el periodista José Curiotto del medio AireDigital, de Santa Fe, Argentina, sobre la mentira y el impacto en la democracia. A continuación, un resumen de la entrevista por zoom. Aquí el enlace: Libertad y democracia, frente a la mentira institucionalizada y al avance de la inteligencia artificial

 6 de septiembre de 2025

 Por José Curiotto

Las acciones humanas del presente, alimentan a la inteligencia artificial del futuro. Mientras la mentira se tolera, se instala y se institucionaliza como discurso global; las libertades esenciales están en riesgo y el avance exponencial de la inteligencia artificial multiplica los posibles efectos de los desaciertos humanos.

De esta manera se puede sintetizar el mensaje de "Robots con alma: atrapados entre la verdad y la libertad", el libro que acaba de publicar el periodista argentino Ricardo Trotti, quien durante más de tres décadas trabajó en la defensa de la libertad de expresión y hasta 2024 se desempeñó como director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

"Al menos hasta este momento, la inteligencia artificial no es otra cosa que un espejo de lo que nosotros somos. Pero en 5 o 10 años, veremos una IA diferente. Ojalá que exista un acuerdo internacional, entre gobiernos y la ciudadanía en general, para que se trate una IA mucho más vinculada con la verdad y la libertad. Como vamos, nos dirigimos hacia un destino poco feliz", afirmó Trotti.

Y añadió: "El problema somos los seres humanos. Pero la IA amplifica lo bueno o lo malo que los humanos hagamos. Por eso es momento de pensar cómo hacemos para que la IA del futuro sea mejor que los humanos del presente".

Mientras este fenómeno atraviesa de manera transversal a la mayoría de los países occidentales, la carrera por el control de la IA se profundiza entre dos grandes contendientes: por un lado, grupos de empresas de los Estados Unidos; por el otro, el poder estatal chino.

- Si bien se trata de una novela, el libro apunta de manera directa a conceptos como verdad, libertad, democracia e inteligencia artificial. ¿Estamos en problemas o no es para preocuparse tanto?

- Estamos en problemas. En problemas graves. La falta de verdad, la mentira, la desinformación, la coacción y la tiranía. Temas que se fueron desarrollando a través de los últimos años, en los que la mentira viene alimentando la falta de libertad. Estamos frente a un círculo vicioso.

 

- Vos hablás de círculo vicioso, y en este sentido la inteligencia artificial se nutre de los contenidos humanos, de ese mismo círculo conformado entre la mentira y la falta de libertad.

Al menos hasta este momento, la inteligencia artificial no es otra cosa que un espejo de lo que nosotros somos.

Pero en 5 o 10 años, veremos una IA diferente. Ojalá que exista un acuerdo internacional, entre gobiernos y la ciudadanía en general, para que se trate una IA mucho más vinculada con la verdad y la libertad.

Como vamos, y volviendo al concepto de espejo, nos dirigimos hacia un destino poco feliz.

La verdad dejó de ser relevante para los humanos

- Mientras planteás tu preocupación por el futuro de la verdad, la libertad y la democracia frente a la IA; da la sensación de que en el presente la verdad dejó de ser un valor importante para gran parte de la sociedad. Si la verdad ya no es relevante para los seres humanos, ¿es realmente la IA el problema?

- El problema somos los seres humanos. Pero la IA amplifica lo bueno o lo malo que los humanos hagamos. Por eso es momento de pensar cómo hacemos para que la IA del futuro sea mejor que los humanos del presente.

Me refiero a que la pérdida de confianza de los humanos hacia las instituciones, la democracia, los gobiernos o el periodismo; alimenta este círculo vicioso o bucle con el que estamos alimentando a la IA.

No solo estamos alimentando a la IA con la mentira, sino con la institucionalización de la mentira, porque votamos a líderes que sabemos que nos mienten. En todos los países los líderes mienten, polarizan a la sociedad.

Todos nos estamos acusando de algo. Cuando en realidad es el momento de comenzar a asumir responsabilidades cada uno desde su lugar. Ya sean políticos, periodistas,

 

- Hablás de la prensa como parte del problema. Hasta hace poco tiempo, cuando una persona buscaba una noticia en internet, Google presentaba enlaces a distintos medios de comunicación. Pero hoy lo primero que muestra es una respuesta generada por IA. La gente ya no llega de manera directa a la fuente de la información, sino que es la IA la que te informa.

- Eso fue parte de una evolución dinámica de internet y de los medios de comunicación. Los periodistas y los medios no supimos ver el futuro. O tal vez tampoco conocían ese futuro Google o Facebook, porque todo es evolución.

Al principio los medios creíamos que internet era una forma de masificar nuestras audiencias. Y entonces le dimos nuestros contenidos gratis. Luego Facebook dijo que ayudaría a que esos contenidos lleguen a las personas adecuadas. Y los medios empezamos a utilizar Facebook como plataforma.

Un día, el señor Mark Zuckerberg se cansó y decidió dejar de lado a los medios. Mientras tanto, Google nos cambia los algoritmos de manera permanente. Entonces, los periodistas empezamos a escribir para Google a través del Seo (Optimización de Motores de Búsqueda)

Tampoco a los periodistas nos importó mucho la verdad. Y empezamos a darle a internet lo que internet nos pedía.

Así, los medios empezamos a perder el liderazgo de la agenda pública de la información ante el dios de la internet. Y ahora ese dios, a través de la IA, no solo nos chupa toda la información, sino que genera sus propias respuestas.

En este escenario, los medios ven quebrar sus economías.

- Vos hablás en pasado, pero muchos medios en estos momentos siguen generando contenidos pensando más en el algoritmo de Google, que en otra cosa. Es algo así como echar más leña a un fuego que nos quema.

- Es justamente lo que planteo en el subtítulo del libro: estamos atrapados entre la verdad y la libertad. Creemos hacer más a través de internet, que podemos empoderar a los ciudadanos con nuestra información, y en realidad, lo que estamos haciendo es enviar nuestros contenidos para que Google los empaquete a su criterio. No brinda toda la información, hace lo que quiere, no dirige a la gente a ver nuestros contenidos y los medios pierden sostenibilidad económica.

Es así que los medios comienzan a morir, los periodistas empiezan a desaparecer. Solo como ejemplo, en Estados Unidos se pierden tres medios cada semana. Medios que eran muy importantes en sus comunidades.

Miami tiene más de 6 millones de habitantes, y existe un solo diario que se interesa por los temas locales. Cuando ese diario desaparezca, porque está con graves problemas económicos, desaparecerá como supervisor de las entidades públicas y privadas.

Existe mucha evidencia que refleja que, cuando un medio de comunicación deja de existir, hay más corrupción, aumentan la injusticia y la falta de equidad.

Los medios y los periodistas, arrastrados por el fango de la política

- Mientras vos planteás esta situación, lo cierto es que los medios ya no son creíbles para gran parte de las personas. Cada vez que un periodista dice algo, es atacado desde la política y desde parte de la sociedad. ¿Cuál es la salida entonces?

- La salida es volver a los principios básicos del periodismo de la ética, la verdad y la libertad.

El periodismo, no todos, pero en general, hemos caído en lo que dice la letra de Cambalache, en eso de que todos estamos manoseados. Los políticos, beneficiados por la polarización, empezaron a acusar a los medios y a los periodistas.

Y han llevado a los periodistas al terreno de la política. Los periodistas se dejaron engañar y se metieron en el fango. Y se convirtieron en activistas políticos. Se inició una verdadera confusión sobre cuáles son los roles del periodismo y los de la política.

En Ecuador, en Argentina, en Venezuela, en Estados Unidos o en El Salvador, vemos cómo los políticos llevaron a los periodistas a ese terreno fangoso, los periodistas se quedaron ahí y empezaron a discutir con los políticos, contribuyendo a atomizar a la sociedad.

A todo esto, la gente vive dentro de burbujas de sesgos increíbles -internet, las redes y la IA, crean perfiles de acuerdo a los gustos, prejuicios y decisiones de cada uno-.

Esto hizo que socialmente hayamos perdido el sentido crítico y la tolerancia, ante las verdades que nos ofrecen otros. Muchos periodistas se convirtieron en activistas, olvidando el principio clave, que es la verdad.

Estados Unidos, China y el futuro de la IA

- Si la IA es un espejo poderoso de los seres humanos y frente a este escenario, ¿cuál es la salida?, ¿pensamos en mejorar como sociedad ahora o nos sentamos a pensar en una IA mejor en el futuro?, ¿empezamos por los humanos, o por la tecnología?

- Es verdad que tenemos que mejorar nosotros, como seres humanos. Pero también se debe pensar en un consenso mundial sobre el futuro de la IA. En estos momentos hay dos cabezas: Estados Unidos y China.

China, manejando la IA a través del partido que gobierna, y Estados Unidos a través de empresas privadas. Dos mundos tan separados como en el pasado, durante la Guerra Fría, estaban la Unión Soviética y Estados Unidos.

- Parece más fácil que un líder soviético y un estadounidense se pongan de acuerdo para evitar una guerra nuclear, que el Estado chino y las empresas norteamericanas logren un pacto sobre la IA.

- Totalmente de acuerdo. Pero se necesita una presión mundial para establecer ciertos parámetros. Debemos entender que la IA actual se desarrollará pronto en una súper IA. La IA creará sus propios parámetros para ser cuasi independiente de los humanos.

Lo que postulo en el libro es que no nos queda alternativa, que no sea sembrar en la IA los principios ecuánimes fundamentales de la filosofía y de la ética. Tiene que haber un abrazo para que se pueda sembrar.

¿Realmente vamos a dejar en manos del Estado chino y de empresas norteamericanas el botón rojo de la IA?

El bien y el mal siempre van a existir. Lo que debemos pensar es cómo dotar de mayor bondad a la IA, de mayor verdad y libertad.

- Volviendo a los conceptos iniciales, ¿la democracia dónde queda en este contexto?

- Es probable que surjan sistemas híbridos, diferentes. Al que llamaremos de otra forma. Pero no queda otra que seguir incentivando los valores del bien.

Retomando la situación del periodismo, no queda otra que recordar que la verdad es la meta más preciosa. No perder los puntos de referencia. No perder los principios básicos, humanos.

Sin verdad no existe libertad. Algunos sectores tienen mayor responsabilidad en esto, como los políticos o la Justicia. Pero también los periodistas.


septiembre 06, 2025

¿Un presidente puede expresarse libremente?

Vivimos una época libertad de expresión irresponsable. Es verdad que las redes sociales han democratizado la expresión, pero también muchos se escudan en ellas para divulgar mentiras intencionadas, bulos y hasta para hablar o escribir dichos en forma anónima, que de otra forma no lo dirían por pudor, temor o por hacer el ridículo. Es que la libertad de expresión requiere responsabilidad y tiene límites, éticos y legales, entre ellos la difamación.

También es necesario potenciar el anonimato porque siempre es una forma de denuncia que evita la consecuencia, de ahí que haya leyes que protejan a los whistleblowers o soplones, aquellas personas que desde las empresas gubernamentales y privadas denuncian o revelan injusticias y corrupción que, no ser por ellos, nunca saldrían a la luz. También hay profesiones que necesitan estar a resguardo de las consecuencias, para proteger su discurso, denuncias u opiniones, como por ejemplo las de un legislador disidente o un periodista consciente.

Podemos enumerar casos y excepciones, pero hay un ser que no tiene ni puede tener la misma libertad de expresión que los demás: los presidentes o presidentas de un país.

Actualmente, muchos de ellos evitan las conferencias de prensa y solo hablan a través de mensajes cerrados (es decir sin el contrapeso de las preguntas periodísticas) a través de redes sociales como X o directamente en sus redes propias, como Donald Trump en la suya, Truth Social. Y aquí viene la pregunta: ¿Tiene un presidente los mismos derechos que un ciudadano para expresar sus opiniones y argumentos? Claro que sí. ¿Y para decir lo que se le antoja, burlarse o insultar a otros? Por supuesto que no.

En materia de libertad de expresión, por su envergadura pública y debido a las consecuencias que sus pronunciamientos pueden acarrear, un presidente tiene más restricciones y responsabilidades que una persona normal y corriente. Así como sus acciones están limitadas – no puede declarar la guerra o irse de viaje al extranjero sin la aprobación del Congreso – también lo están sus palabras.

Pero no lo sienten así muchos presidentes, demostrándolo con sus constantes dichos sarcásticos, desafiantes y burlones, además de insultos por doquier. Estas actitudes provocan autocensura en los disidentes y acólitos autocensura y, lo que es peor, generan una retórica vengativa o estimulan violencia. A Trump hay que sumarle lo que hace Javier Milei o Nayib Bukele o, en la vereda de enfrente lo que hacen Nicolás Maduro o Daniel Ortega.

Hay que tener en cuenta que hablar, opinar o insultar no es necesariamente informar, mandato que todo presidente tiene en la Consituticón de su país y en las leyes de Transparencia que le mandan informar y les prohíben hacer propaganda partidaria o de sus logros como si estuvieran en un eterno proceso electoral.

Evidenciado por sus prédicas contra quienes los critican, muchos presidentes no admiten que como funcionarios renuncian a privilegios de privacidad, asumen restricciones y deben estar más expuestos a la crítica y a la fiscalización pública. Da la impresión que manejan la función pública como patrones de estancia, creyendo que se les dio un país en usufructo, cuando lo único que legitiman las elecciones es la gerencia temporal de los bienes del Estado, actividad que infiere tres valores: eficiencia, honestidad y transparencia.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos, en varias disputas entre periodistas y los gobiernos, falló que los funcionarios públicos tienen mayores responsabilidades en cuanto a sus pronunciamientos, ya que los dichos hostiles pueden exacerbar la intolerancia y animadversión, y “constituir formas de injerencia directa o indirecta o presión lesiva en los derechos de quienes pretenden contribuir a la deliberación pública mediante la expresión”. Y estableció que las restricciones para que puedan hablar deben ser mayores en situaciones de conflictividad social, ante el peligro de que los riesgos puedan potenciarse.

Lamentablemente, estos fallos no fueron acatados ni aprendidos. La polarización extrema que hoy se vive, no se debe tanto a la diferencia entre modelos políticos, sino al antagonismo de las palabras, dichas por presidentes irresponsables que no se comportan a la altura de su investidura, sino más bien, como agitadores de barricada. 

 

septiembre 02, 2025

A Look from the Future to Understand the Present of AI

We ask it to write an email, a speech we claim as our own, and we even accept the hallucinations it invents. We consult it about a skin rash, the "evil eye," and chat with it as if it were just another friend.

Generative Artificial Intelligence is no longer a laboratory experiment: it's an invisible co-pilot to whom we enthusiastically hand over part of the wheel. But we do it with the apprehension of traveling without a map, without knowing where it will take us. This fear is what defines our time.

This fear divides the global conversation into two poles: the technological optimism that offers magical solutions and the dystopian pessimism that warns of massive unemployment and algorithmic control.

To escape this trap, I sought distance in fiction. In my novel "Robots with Soul: Trapped Between Truth and Freedom", I imagined a future that allows us to view the present as if it were already history. I discovered something fundamental: without a robust ethical framework for AI, we won't be condemned to an apocalypse, but we will lose our human direction.

The Tenant

AI is like a tenant who lives in our house and never stops watching and listening. Every Google search, every WhatsApp chat, every TikTok video reveals our doubts, emotions, and phobias. With this data, algorithms enclose us in bubbles that reinforce our beliefs and suppress dissenting voices. What is celebrated in the digital world as personalization is nothing more than surveillance.

The risk doesn't end on the screen. Geolocation systems inform that we are not at home—an open invitation for thieves. Health devices that monitor our sleep or pulse are valuable for well-being, but are also intimate x-rays that, if leaked, could be used by insurers or employers. And the financial data we provide when shopping online can be transformed into fraud that empties accounts in seconds.

The objectivity of AI is a mirage. Amazon had to discard a hiring system because it penalized women, and judicial programs like COMPAS in the U.S. demonstrated how AI can amplify existing discrimination. The machine isn't malicious; it only replicates the injustice of the data it's fed.

The greatest danger of AI appears when it speaks with excessive confidence. It doesn't lie with malice, but its fictions can be devastating. The promise of a "Dr. ChatGPT" resurrected the old problem of self-diagnosis. In mental health, the inability to empathize can deepen isolation instead of healing.

Hallucinations are not trivial errors. In 2024, an employee in Hong Kong transferred more than $25 million after a video call with digital clones of his bosses, created using deepfake technology. In the political arena, the threat is greater: in India and the United States, fake audio recordings were circulated, attributed to leaders who never spoke.

The risk is not limited to the individual sphere; it also strikes professions that are the backbone of democracy. Journalism is the most obvious case. If Google and Facebook used to condition traffic to media outlets, today AI engines directly absorb and summarize the news without returning an audience to its sources. The press loses resources, and society loses its watchdog. A machine can narrate the facts, but it can't make power uncomfortable or feel empathy for the vulnerable.

Breaking the Old Cycle

History shows a self-defeating pattern: first, we celebrate innovation, then we suffer its vices, and only afterward do we regulate. Happened with the Industrial Revolution; we only regulated after suffering labor exploitation and child labor. And the same happened with the internet; we only debated privacy violations after the Cambridge Analytica scandal, which revealed how data from millions of users was manipulated to influence elections in the U.S. and Brexit.

The positive difference is that with AI, we're trying to break this cycle. For the first time, the debate about its risks is at the center of the global agenda before a catastrophe. In 2024, the European Union approved the first Comprehensive AI Act, which prohibits unacceptable applications like "social scoring" and requires transparency in models like ChatGPT. UNESCO, for its part, set global ethical principles around dignity, human rights, and sustainability.

Meanwhile, big tech companies are trying on an "ethical makeover" that functions more as marketing than as responsibility: symbolic committees, grandiloquent principles, and empty promises. Ethics without consequences ends up being public relations.

In the face of this, the genuine counterweight has been whistleblowers from within these same tech companies: Frances Haugen, revealing the harm of Instagram on teenagers, Peiter Zatko denouncing security flaws at Twitter, and Timnit Gebru exposing biases in Google's models. The system recognizes their value with laws that protect them in the West, though in China and other authoritarian countries, the whistleblower is punished as a subversive.

The Price of Trust

The new trend is to embed ethics into the engineering itself: model cards that explain biases, red-teaming to detect flaws before going to market, invisible watermarks to identify AI-generated content. Companies have even emerged that sell biased audits as if they were quality certifications. Fortunately, ethics are no longer just a discourse and are starting to become a product.

None of this happens in a vacuum. AI is the new frontier of global power. The struggle between the U.S. and China isn't ideological—it's strategic. Chips are the new oil, and rare earths are the coveted bounty. For Latin America and Africa, the risk is repeating a digital colonialism: exporting raw data and importing finished products.

The other dilemma is energy. Training models like GPT-4 or 5 requires the energy of entire cities, and the industry keeps the true energy cost a secret—a black box that prevents measuring the real environmental impact. Google, Microsoft, and Amazon plan to turn to nuclear energy to sustain demand, and there is no certainty about whether they will assume the risks that this implies.

It would be short-sighted to speak only of risks. AI detects patterns in mammograms that save lives, predicts the structure of proteins with which drugs are designed, or anticipates droughts that allow humanitarian aid to be distributed before famine strikes.

It's not about choosing between a watchful tenant and a savior but about establishing rules for coexistence.

The Public Debate

The most potent response to opacity is not to wait for a perfect law but to initiate a robust public debate. Digital literacy is needed to teach us to doubt AI: that engineers study philosophy, that lawyers understand algorithms, that journalists question black boxes just as they question political speeches.

Education is already a battlefield. For many, ChatGPT has become a shortcut that solves tasks, but at the same time, it threatens to atrophy critical thinking. The challenge is not to ban it but to teach how to use it without giving up the effort to learn and reason.

From all of this, the great dilemmas that define our relationship with AI emerge: privacy, biases, legal responsibility, transparency, security, data quality, intellectual property, labor, environmental, and psychological impact, digital sovereignty, model collapse, and human autonomy.

Beyond these, three new challenges emerge: the development of humanoid robots, autonomous agents capable of making decisions on our behalf, and the concentration of computational power in a few corporations.

The penultimate dilemma is existential: how do we prepare for a superintelligence, a General AI that will surpass humans? And the last, the most intimate one: in a world saturated with interactions, art, and companionship generated by AI, what value will authentic human experience have? How will we preserve the beauty of our imperfect creativity, our genuine emotions, and our real connections in the face of a perfect replica's seduction?

Our Future

AI remains a tool, and its direction will depend on our decisions. The challenge is not to control it but to inspire it, embedding principles like truth, empathy, and critical thinking in its foundations so that it evolves into a form of wisdom. The future will not be defined by naive optimism or paralyzing panic but by our capacity to build an ethical framework that combines regulation, verifiable standards, and the vigilance of an informed citizenry.

In the distance of "Robots with Soul", I found the clarity to see that what is at stake is not just an algorithm but the soul of our digital society. Fiction literature doesn't offer technical solutions, but it provides the perspective to understand that it's not just about creating an artificial intelligence but about helping it, in its own evolution, to choose to value life, truth, freedom, and consciousness. Helping it to become more human.

Read the original version in Spanish: https://www.eltribuno.com/opiniones/2025-8-30-0-0-0-una-mirada-desde-el-futuro-para-entender-el-presente-de-la-ia

 

agosto 31, 2025

Mirarda desde el futuro para entender el presente de la IA

https://www.eltribuno.com/opiniones/2025-8-30-0-0-0-una-mirada-desde-el-futuro-para-entender-el-presente-de-la-ia

Les comparto una opinión sobre ética en la IA que me publicó el diario El Tribiuno, de Salta, Argentina. La titulé Una mirada desde el futuro para entender el presente de la IA

Por Ricardo Trotti

Le pedimos que escriba un mail, un discurso que defendemos como propio y hasta le aceptamos las alucinaciones que inventa. La consultamos por una erupción en la piel, por el “mal de ojo” y conversamos con ella como si fuera una amiga más.

La Inteligencia Artificial Generativa ya no es un experimento de laboratorio: es un copiloto invisible al que le entregamos parte del volante con entusiasmo. Pero lo hacemos con la inquietud de viajar sin mapa, sin saber a dónde nos llevará. Ese miedo es el que marca nuestro tiempo.

Ese miedo divide la conversación global en dos polos: el optimismo tecnológico que ofrece soluciones mágicas, y el pesimismo distópico que advierte sobre desempleo masivo y control algorítmico.

Para escapar de esa trampa, busqué distancia en la ficción. En mi novela Robots con Alma: atrapados entre la verdad y la libertad imaginé un futuro para mirar el presente como si ya fuera historia. Descubrí algo fundamental: sin un marco ético robusto para la IA, no estaremos condenados al apocalipsis, pero sí a perder el rumbo de nuestra humanidad.

El inquilino

La IA es como un inquilino que vive en nuestra casa y nunca deja de observar y escuchar. Cada búsqueda en Google, cada chat en WhatsApp, cada video en TikTok revela nuestras dudas, emociones y fobias. Con esos datos, los algoritmos nos encierran en burbujas que refuerzan nuestras creencias y suprimen las voces disidentes. Lo que se celebra en el mundo digital como personalización no es otra cosa que vigilancia.

El riesgo no termina en la pantalla. Los sistemas de geolocalización informan que no estamos en casa; una invitación abierta para los ladrones. Los dispositivos de salud que monitorean nuestro sueño o pulso son valiosos para el bienestar, pero también radiografías íntimas que, filtradas, pueden ser utilizadas por aseguradoras o empleadores. Y los datos financieros que entregamos al comprar en línea pueden transformarse en fraudes que vacían cuentas en segundos.

La objetividad de la IA es un espejismo. Amazon debió desechar un sistema de contratación porque penalizaba a las mujeres, y programas judiciales como COMPAS en EE.UU. demostraron cómo la IA puede amplificar discriminaciones existentes. La máquina no es malvada: solo replica la injusticia de los datos con los que se alimenta.

El mayor peligro de la IA aparece cuando habla con excesiva seguridad. No miente con malicia, pero sus ficciones pueden ser devastadoras. La promesa de un “Dr. ChatGPT” resucitó el viejo problema del autodiagnóstico. En salud mental, su incapacidad de empatía puede profundizar el aislamiento en lugar de curar.

Las alucinaciones no son errores triviales. En 2024, un empleado en Hong Kong transfirió más de 25 millones de dólares tras una videollamada con clones digitales de sus jefes, creados con deepfake. En el terreno político, la amenaza es mayor: en India y Estados Unidos circularon audios falsos atribuidos a líderes que jamás hablaron.

El riesgo no se limita a la esfera individual: también golpea a profesiones que son columna vertebral de la democracia. El periodismo es el caso más evidente. Si antes Google y Facebook condicionaban el tráfico hacia los medios, hoy los motores de IA directamente absorben y resumen las noticias sin devolver audiencia a sus fuentes. La prensa pierde recursos y la sociedad pierde a su vigilante. Una máquina puede narrar los hechos, pero no incomodar al poder ni sentir empatía por los vulnerables.

Romper el ciclo de siempre

La historia muestra un patrón suicida: primero celebramos la innovación, luego padecemos sus vicios y solo después regulamos. Así ocurrió con la Revolución Industrial; recién regulamos después de sufrir la explotación laboral y el trabajo infantil. Y pasó lo mismo con Internet; recién debatimos sobre la violación de la privacidad tras el escándalo de Cambridge Analytica, que reveló cómo se manipularon datos de millones de usuarios para influir en elecciones en EE.UU. y el Brexit.

La diferencia positiva es que con la IA se intenta romper este ciclo. Por primera vez, el debate sobre sus riesgos está en el centro de la agenda global antes de la catástrofe. La Unión Europea aprobó en 2024 la primera Ley Integral de IA, que prohíbe aplicaciones inaceptables como la “puntuación social” y exige transparencia en modelos como ChatGPT. La UNESCO, por su parte, fijó principios éticos globales en torno a la dignidad, los derechos humanos y la sostenibilidad.

Mientras tanto, las grandes tecnológicas ensayan un “maquillaje ético” que funciona más como marketing que como responsabilidad. Comités simbólicos, principios grandilocuentes y promesas vacías. La ética sin consecuencias termina siendo relaciones públicas.

Frente a ello, el verdadero contrapeso han sido los whistleblowers o soplones desde las mismas tecnológicas: Frances Haugen revelando el daño de Instagram en adolescentes, Peiter Zatko denunciando fallas de seguridad en Twitter, Timnit Gebru exponiendo sesgos en los modelos de Google. El sistema reconoce su valor con leyes que los protegen en Occidente, aunque en China y otros países autoritarios el denunciante es castigado como subversivo.

El precio de la confianza

La nueva tendencia es incrustar la ética en la propia ingeniería: model cards que explican sesgos, red-teaming para detectar fallas antes de salir al mercado, marcas de agua invisibles para identificar contenidos generados por IA. Incluso han surgido empresas que venden auditorías de sesgo como si fueran certificaciones de calidad. Por suerte, la ética ya no es discurso y empieza a ser producto.

Nada de esto ocurre en el vacío. La IA es la nueva frontera del poder mundial. La pugna entre EE.UU. y China no es ideológica, es estratégica. Los chips son el nuevo petróleo y las tierras raras, el botín codiciado. Para América Latina y África, el riesgo es repetir un colonialismo digital: exportar datos en bruto e importar productos terminados.

El otro dilema es energético. Entrenar modelos como GPT-4 o 5 requiere la energía de ciudades enteras y la industria mantiene en secreto el verdadero costo energético, una caja negra que impide medir el impacto ambiental real. Google, Microsoft y Amazon planean recurrir a energía nuclear para sostener la demanda y no hay certeza sobre si asumirán los riesgos que ello implica.

Sería miope hablar solo de riesgos. La IA detecta patrones en mamografías que salvan vidas, predice la estructura de proteínas con la que se diseñan fármacos o anticipa sequías que permiten distribuir ayuda humanitaria antes de la hambruna.

No se trata de elegir entre un inquilino vigilante o uno salvador, sino de establecer reglas de convivencia.

El debate público

La respuesta más poderosa frente a la opacidad no es esperar una ley perfecta, sino iniciar un debate público robusto. Se necesita una alfabetización digital que enseñe a dudar de la IA: que los ingenieros estudien filosofía, que los abogados entiendan de algoritmos, que los periodistas cuestionen cajas negras como cuestionan discursos políticos.

La educación es ya un campo de batalla. Para muchos, ChatGPT se ha vuelto un atajo que resuelve tareas, pero al mismo tiempo amenaza con atrofiar el pensamiento crítico. El reto no es prohibirlo, sino enseñar a usarlo sin renunciar al esfuerzo de aprender y razonar.

De todo esto emergen los grandes dilemas que definen nuestra relación con la IA: privacidad, sesgos, responsabilidad legal, transparencia, seguridad, calidad de los datos, propiedad intelectual, impacto laboral, ambiental y psicológico, soberanía digital, colapso de modelos y autonomía humana.

Y más allá, tres nuevos desafíos: la irrupción de robots humanoides, los agentes autónomos capaces de tomar decisiones por nosotros y la concentración del poder computacional en pocas corporaciones.

El penúltimo dilema es existencial: cómo nos preparamos para una superinteligencia, una IA General que superará al ser humano. Y el último, el más íntimo: en un mundo saturado de interacciones, arte y compañía generados por IA, ¿qué valor tendrá la experiencia humana auténtica? ¿Cómo preservaremos la belleza de nuestra imperfecta creatividad, nuestras emociones genuinas y nuestras conexiones reales frente a la seducción de una réplica perfecta?

Nuestro futuro

La IA sigue siendo una herramienta, y su rumbo dependerá de nuestras decisiones. El desafío no es controlarla, sino inspirarla, incrustando en sus cimientos principios como la verdad, la empatía y el sentido crítico para que evolucione hacia una forma de sabiduría. El futuro no se definirá por un optimismo ciego ni por un pánico paralizante, sino por nuestra capacidad de construir un marco ético que combine regulación, estándares verificables y la vigilancia de una ciudadanía informada.

En la distancia de Robots con Alma encontré la claridad para ver que lo que está en juego no es solo un algoritmo, sino el alma de nuestra sociedad digital. La literatura de ficción no ofrece soluciones técnicas, pero sí la perspectiva para entender que no se trata solo de crear una inteligencia artificial, sino de ayudarla a que, en su propia evolución, elija valorar la vida, la verdad, la libertad y la conciencia. Ayudarla a ser más humana.