marzo 04, 2017

Trump más presidencial; pero falta transparencia

Donald Trump no dijo nada diferente ante el Congreso de lo que había sostenido hasta ahora. Pero lo expresó en un tono distinto. Más mesurado y conciliador. Menos arrogante y convulsivo que en sus primeros 40 días de gobierno.

Su estilo de martes en la noche sorprendió y ganó audiencia. Fue tal el cambio de tono que sus críticos más acérrimos de la CNN y los más indulgentes de FoxNews, coincidieron. Entró al Congreso como candidato y salió convertido en Presidente.

En la tarde ya se avizoraba el cambio. Trump subrayó que se daba la más alta calificación por lo que había hecho y logrado, pero casi un aplazo por no haber sabido comunicar su mensaje. La disfrazada humildad exultaba confianza por un discurso que sabía tendría alto impacto.

El estilo diferente le permitió hablar de lo mismo sin producir los retorcijones acostumbrados. Insistió con una agresiva política anti inmigratoria, terminar con la “corrupción del pantano”, hacer una profunda reforma impositiva, acabar con el Obamacare, crear empleos, producir made in USA y construir puentes y caminos.

Los demócratas ni aplaudieron ni coincidieron, pero tampoco se sintieron satirizados como otras veces. Debieron asentir por políticas a favor de la mujer, de las minorías y por un gesto de manso nacionalismo que hasta sorprendió a gobiernos extranjeros que siempre sintieron el peso de un Washington avasallante: “Mi trabajo no es representar al mundo, sino representar a EEUU”.

Más allá de que la narrativa fue la misma, queda así comprobado que el cambio de tono al expresar las palabras hace la diferencia; minimiza divisiones y despolariza. Los legisladores demócratas igualmente creen que existe profunda divergencia entre los dichos de Trump y sus acciones. El pecado no es nuevo. También se acusaba a Barack Obama de lo mismo. Era un maestro de la oratoria mesurada. Declamaba transparencia, pero su Presidencia fue restrictiva en información pública; persiguió a funcionarios soplones y espió a extranjeros; abrazaba a musulmanes y latinos, pero deportó a millones como ningún otro presidente del pasado.

Cambiado el tono, lo que ahora importa es la esencia del discurso y que sus palabras no estén peleadas con la verdad.

El ruido generado por el tren Rusia, de no ser disipado a tiempo y con transparencia puede descarrilar su Presidencia. La renuncia de Michael Flynn, asesor de Seguridad Nacional y la inhibición del Fiscal General, Jeff Sessions, para no involucrarse en las investigaciones criminales sobre las influencias rusas en la campaña electoral, son síntomas que pueden tirar todos sus logros por la borda.

Los demócratas y los servicios de inteligencia se la tienen jurada, buscarán la verdad hasta debajo de las piedras. No olvidan que la ciber inteligencia rusa denunció el tráfico de influencias en su partido y desmoronó la campaña de Hillary Clinton.
La prensa también está obstinada con la verdad. La “enemiga del pueblo” seguirá fiscalizándolo sin piedad y obteniendo filtraciones de inteligencia como las que terminaron por demostrar el acercamiento de los funcionarios y de su yerno Jared Kusher con el embajador ruso, Sergei Kisliak.

En este forcejeo entre Trump y la prensa que se acusan de generar noticias falsas y de inexactitudes por igual, cada uno responde con sus mejores armas. Trump despotrica en sus discursos y tuits, mientras la prensa investiga, denuncia y critica.

Durante la politizada y fallida noche de los Oscars, el New York Times publicó un spot televisivo tajante. En fondo blanco con letras negras, con la búsqueda de la verdad como título, ironizó las “verdades” de Trump con varias frases. “La verdad es que tenemos que proteger nuestras fronteras” o “la verdad es que las celebridades deberían mantener la boca cerrada”. Tras una docena de ironías similares sobre esta agitada etapa política, el mensaje final en defensa del buen Periodismo, el spot sostuvo: “La verdad es difícil de encontrar… de saber… y es más importante que nunca”.

En definitiva, hay dos cosas sobre la mesa. Una es de estilo y Trump tiene la opción de construirse como Presidente con un tono mesurado que invite al diálogo. La otra es de fondo y no tiene opción: Tiene la obligación de apegarse a la verdad y a la transparencia. trottiart@gmail.com


febrero 25, 2017

Trump y los adjetivos (des)calificativos

Dudo de los que usan adjetivos calificativos en forma constante. Desconfío aún más de los que abusan de esos adjetivos, porque tienden a exagerar, manipular o a enmascarar la realidad.

Desconfío del presidente Donald Trump. Muchos de sus discursos y acciones están teñidos de un gran repertorio de calificativos, usado indistintamente para ensalzar o degradar personas y situaciones.

A diferencia de los sustantivos que sirven para describir la realidad, los adjetivos inducen sensaciones o crean imágenes que son interpretadas en forma subjetiva por cada individuo, según sus experiencias y prejuicios. Por ejemplo, “un gran perro” se presta a suposiciones sobre el tamaño o la cualidad del animal o “mucha corrupción” despierta preguntas sobre qué nivel de podredumbre existe. Sin embargo, “un Dálmata de 80 cms. de altura” o “Odebrecht sobornó a Alejandro Toledo con 20 millones de dólares”, son descripciones objetivas que no dan lugar a conjeturas.

El vocabulario acotado pero emotivo de Trump es riquísimo en crear imágenes.  Ensalza virtudes como con el eslogan “Devolver la grandeza a América” o para enaltecer a sus allegados, “mi gabinete es el mejor de la historia”. Al mismo tiempo ofende con epítetos y debilidades que reitera hasta convertirlos en nuevas imágenes. Desde la campaña hasta la actualidad, viene apodando a sus adversarios. Bautizó a Hillary de “Debilucha”; le dijo “pequeñito” a Marco Rubio; “miente, miente y miente” dijo de Ted Cruz  y “no tiene energía” indicó sobre Jeb Bush. A los mexicanos los calificó de violadores y asesinos”; a la prensa de “basura, parcializada y deshonesta”, y a la CNN, el Washington Post y el New York Times, los apodó de “enemigos del pueblo”.

Después de los desprecios de Trump contra la prensa, su colega de partido, el senador John McCain afirmó: “Cuando miras la historia, lo primero que hacen los dictadores es reprimir a la prensa”. McCain no necesitó mirar lejos hacia atrás. La historia reciente de América Latina ha demostrado el peligro que conllevan los adjetivos calificativos cuando son utilizados desde el poder. El eslogan de los Kirchner sobre “Clarín miente”; el de “apátridas” que lanzaba Hugo Chávez a los periodistas; las demandas millonarias de Rafael Correa contra los “pelucones” de El Universo; así como las listas negras de medios que mantenía Alberto Fujimori, confirman la ecuación de McCain: Más persecución a la prensa, menos democracia.  

Antes de tomar medidas concretas contra sus adversarios, los autoritarios suelen primero descalificarlos para generar empatías en la población. Las calificaciones de “enemigos del pueblo” a la prensa en aquellos países valieron de excusa para crear “leyes correctivas” como la de Medios en Argentina, de Responsabilidad Social en Venezuela y de Comunicación en Ecuador. Solo sirvieron para legitimar la censura oficial y proteger a los gobiernos de las críticas y las denuncias por corrupción.

Es improbable que Trump pueda pasar a los hechos. En EEUU existen contrapesos y la Corte Suprema defiende la Primera Enmienda constitucional a rajatabla, una figura que prohíbe dictar leyes en contra de las libertades, entre ellas las de prensa y expresión.
Más allá de que no pueda hacer mucho, preocupan sus intenciones. Durante  la campaña dijo que modificaría las leyes de difamación para demandar y castigar a los medios con grandes sumas de dinero. También su campaña y el Partido Republicano crearon una “encuesta de responsabilidad de los medios de comunicación” en la que insinuaban que la prensa atacaba injustamente al candidato. Viendo esto en retrospectiva, no es casual que su retórica haya evolucionado hasta calificar a los medios como “enemigos del pueblo”.

Así como en el sur, los ataques de Trump contra la prensa le sirven para tapar la realidad y evitar conversaciones sensibles. Acusa a los medios de ser usina de “noticias falsas” con la intención de generar dudas sobre todas las noticias y así disimular los desbarajustes con Rusia o no revelar sus declaraciones de impuestos.


El bullying presidencial no es novedoso, pero sí preocupante en este caso. Proviene del Presidente de un país que debe tener cierto comportamiento y liderazgo; una vara de medición que tienden a usar sus colegas del mundo democrático. trottiart@gmail.com

febrero 18, 2017

Odebrecht: Todos salpicados

Las justicias de Brasil y EEUU revolearon la media en el caso Odebrecht y salpicaron a medio mundo. Muchos son los gobiernos, presidentes y funcionarios en América Latina que fueron embardunados por los sobornos de la constructora brasileña.

Desde que Marcelo Odebrecht y 77 de sus ejecutivos decidieron confesar y delatar a quienes sobornaron para ahorrarse unos años de condena, se pronostica un efecto cascada que arrasará con varios gobiernos de los 12 países donde mantenía su esquema de corrupción para adjudicarse obras públicas.

Entre tanta podredumbre encubierta, lo positivo del destape provocado por la Justicia brasileña, es que incentivó la cooperación judicial internacional, que se compara a lo que EEUU motivó con las acusaciones en contra de la FIFA, las que ayudaron a barrer gran parte de la suciedad en el fútbol.

Esta semana en Brasilia se reunieron fiscales de 15 países para coordinar medidas que les permitan mayor rapidez y eficiencia para encausar a quienes resulten delatados por las “confesiones del fin del siglo”, apodo que la prensa le dio a las revelaciones de los 77 ejecutivos, apenas termine el secreto de sumario. Los primeros coletazos concretos fueron de los fiscales de EEUU. Señalaron esquemas de lavado de dinero, empresas fantasmas y nombres de quienes fueron favorecidos por la oficina Sector de Operaciones Estructuradas de Odebrecht, desde donde se originaban los sobornos, de los cuales, 320 millones de dólares fueron destinados a las maquinarias electorales de la región.

Odebrecht ya pagó 3.500 millones a Brasil, Suiza, EEUU, República Dominicana, Perú y Panamá para seguir operando y pagar el salario a sus 168 mil empleados. Sin embargo, las multas no exonerarán a nadie. La prueba es que la Fiscalía peruana esta semana ordenó la captura, recompensa mediante, del ex presidente Alejandro Toledo que habría embolsado 20 millones de dólares, delito que también se les imputa a sus colegas Alan García y Ollanta Humala.

El caso peruano, así como los señalamientos contra el presidente brasileño Michel Temer, su colega, la destituida Dilma Rousseff y el ido a menos Lula da Silva, hace que gobiernos y ex dirigentes en Argentina, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, República Dominicana, Panamá y Venezuela, pongan sus barbas en remojo.
En los próximos meses se verá a muchos buscando abogados defensores y a partidos políticos y empresas inventar conspiraciones internacionales para escudar a los suyos. Lo importante es que la internacionalización de los delitos permite menos escudos y las justicias locales (al menos las que tienen cierto grado de independencia) se sentirán más libres y comprometidas para acabar con la impunidad, el principal escollo que debe superar América Latina, como señaló Transparencia Internacional en su informe de 2016.

A la impunidad y la corrupción se le suma el terrorismo y el narcotráfico como los desafíos importantes de la región. La Justicia de EEUU observó todos esos vicios reunidos en una sola persona, el vicepresidente de Venezuela, Tareck El Aissami. Lo incluyó esta semana en la Lista Kingpin, acusándolo por su “significativo papel en el narcotráfico internacional”, y trabándole su fortuna de 3 mil millones de dólares, cientos de ellos invertidos en empresas y edificios en el área de Miami.

Era previsible que el presidente Nicolás Maduro terminaría acusando al imperio de entrometerse en la soberanía nacional. Antes argumentó la misma defensa por sus sobrinos enjuiciados por narcotráfico ante tribunales de Nueva York y por las acusaciones en el mismo sentido que la prensa internacional hizo contra Diosdado Cabello, quien lo secundó en el poder hasta hace poco. Sin mucha credibilidad y apresado en su propio narcoestado, Maduro esta vez cortó el hilo por lo más delgado. Ordenó prohibir la señal de CNN en Español, acusando a la cadena de hacer “propaganda de guerra” imperialista.

La historia de Odebrecht ojalá ratifique el dicho de que no hay mal que por bien no venga. Es de esperar que el mal producido, sirva para crear buenos antídotos contra la impunidad y la corrupción. Leyes más severas, más independencia y recursos para los sistemas judiciales, sistemas de cooperación internacional y mayor transparencia se hacen herramientas obligatorias. trottiart@gmail.com

febrero 11, 2017

Donald Trump, fuente de inspiración

La locomotora Donald Trump tiene a medio mundo a la defensiva. Sus medidas son controversiales y su personalidad avasalla. Pero para quienes se ganan la vida con la parodia y la sátira, el magnate devenido en Presidente no es intimidante, sino fuente de rica inspiración.

Comediantes y caricaturistas políticos están en su mejor primavera. Hace rato que una personalidad de tan alto nivel, no apiñaba tantos atributos juntos para la mofa: Peinado caricaturesco; actitud enérgica, dominante e intempestiva y  declaraciones tan fuertes como jocosas y delirantes.

Trump despierta creatividad copiosa. Ataca, contraataca, se desdice, alaba con adjetivos de novela barata y ataca de nuevo con epítetos y naturalidad asombrosa. En sus primeras semanas tiró dardos a medio mundo. Calificó a migrantes latinos de asesinos, a musulmanes de terroristas, a periodistas de deshonestos y a espías de falsear noticias. No recibió al presidente mexicano, le cortó el teléfono al primer ministro australiano, calificó de aburrida al canciller alemán y al juez federal que paró en seco las visas de entrada para refugiados, lo responsabilizó por cualquier atentado que suceda en el país. Criticó a la CIA y a la OTAN; luego les tiró flores, culpando a los medios por descontextualizarlo.

Todo este cambalache presidencial es munición e inspiración para los comediantes. El programa Saturday Night Live hace décadas que satiriza con astucia a los políticos, pero nunca tuvo ratings tan sostenidos como ahora con el excepcional Alec Baldwin en el papel de un tozudo y aniñado Trump. Este domingo reaparecerá en HBO el comediante John Oliver con Last Week Tonight, sabiéndose que por su origen inglés deparará bromas por su posible deportación y contra el slogan trumpiano de America First.

Trump aparenta a ser de teflón ante las críticas y protestas que generan sus medidas, así sea de mujeres enojadas o inmigrantes rechazados. Pero para quien siempre ha cuidado cada detalle de su imagen y marca personales, desde la recepción de hoteles y edificios hasta los complejos de golf que llevan su nombre, le resulta difícil asimilar ataques directos a su peinado, a su forma de hablar o las parodias contra sus allegados en el Gabinete.

Prueba de ello fueron sus tuits contra Baldwin, del mismo calibre que le prodigó al gobierno de Irán por sus pruebas balísticas. Esa reacción desproporcionada también la tuvo contra Melisa McCarthy, actriz comediante que se hizo un festín con el vocero presidencial Sean Spicer, en un sketch hilarante, en el que lo parodió en una conferencia de prensa por sus defensas elípticas de las metidas de pata del Presidente.

Trump puede amilanar a muchos, pero los comediantes, siempre a la caza de defectos y debilidades, usan los ataques para redoblar la apuesta. Para los caricaturistas políticos, que usan un humor más burlón e irreverente, también es un lienzo en blanco para mensajes que en pocos trazos dicen mucho. El más potente fue la tapa de la revista alemana Der Spiegel esta semana. Un comic de Trump sostiene la cabeza de la Estatua de la Libertad, todavía sangrante, a la que acaba de degollar.

La sátira, que hace un paralelo de Trump con los extremistas islámicos y ridiculiza su política antinmigrante, generó varias amenazas contra el caricaturista Edel Rodríguez, un refugiado cubano que llegó a EEUU con el éxodo del Mariel. Aunque para sorpresa, la ilustración no generó la controversia de la caricatura del New York Post que ridiculizó a Barack Obama como un chimpancé asesinado a tiros por la policía. Tampoco incentivó la violencia que ocurrió con los periódicos daneses o la revista francesa Charlie Hebdo, por mofarse de Alá.

Más allá de las características y el contexto, la ventaja de la parodia y la sátira políticas es que no están limitadas por la realidad y la autenticidad como los géneros tradicionales del Periodismo. Explotan la exageración, el sensacionalismo y el impacto, los mismos atributos que Trump maneja con destreza.

Esta igualdad de propiedades excesivas que comparten Trump y la burla política, quizás sea el antídoto que termine por controlar y serenar al Presidente, algo que todavía no han logrado otros presidentes, jueces, periodistas ni dirigentes de la oposición. trottiart@gmail.com


febrero 04, 2017

El Periodismo y la sabiduría convencional en la era Trump

Si el periodismo se deja arrastrar por lo políticamente correcto y se tienta por adular a una mayoría de ciudadanos e instituciones que han convertido en pasatiempo nacional y mundial las críticas contra Donald Trump, corre el riesgo de cometer el mismo error que durante las elecciones: No apreciar toda la realidad.

Desde que el periodismo tradicional se volvió más interpretativo, desdibujando la línea divisoria entre hechos y opiniones, muchos periodistas y medios relegaron su tarea de fiscalizar con denuncias sustanciadas en los hechos, por la de acusar y confrontar al poder con opiniones, una actitud a veces rayana al activismo.

Las opiniones no son malas, sí su exageración. No suelen tener todo el contexto ni todos los ángulos y fácilmente se alinean a la sabiduría convencional, aquellas ideas o conceptos que se creen verdaderos hasta que la realidad demuestra lo contrario. Sirve de ejemplo el vaticinio de que Trump perdería las elecciones o el fin de la supremacía económica de EEUU tras la crisis financiera de 2008.

Tampoco es fácil reportar hechos y no opinar sobre Trump. Hasta quienes pretenden defender sus políticas se ven traicionados por la catarata de tuits  altisonantes, decretos y anuncios rimbombantes. Si a su verborragia le bajara decibeles, muchas de sus medidas no generarían tanta controversia. Pero le divierte su estilo de sensacionalismo televisivo. Cuando la gente y la prensa se enfrascan en discusiones sobre el aborto, el muro, la nominación de un juez o una pulseada con Irán, él pega un viraje con algo más impactante y deja a todos con la palabra en la boca y desorientados. De ahí que las conversaciones que generó en sus primeros días, parecieran del siglo pasado.

Esa desorientación pone a los medios a la defensiva, a reaccionar por todo, perdiendo neutralidad y balance. A muchos Trump se les vuelve una cuestión de piel y le critican todo, ya sea que amoneste a Rusia por abusos en Crimea o a Israel por asentamientos en Palestina. Con la restricción temporal a inmigrantes de siete países pasa lo mismo, habiéndose despertado una crítica sin todos los ángulos. Ahora se muestra a los ejecutivos de Facebook, Google y Netflix sensibilizados por la crisis humana de los refugiados, cuando lo que venían pidiendo eran más visas para contratar a inmigrantes con talentos especiales.

El problema es que cuando la confrontación es constante y las opiniones prevalecen sobre los hechos o las críticas tienen la misma intensidad sin diferenciar lo esencial de lo trivial, el público pierde confianza en los medios, pese a que se muestre tan entretenido como un grupo de hombres mirando el desfile de Victoria Secret. Las críticas como deporte las retrató bien una sátira del programa Saturday Night Live el sábado pasado. Unos actores que hicieron de analistas de CNN, opinaban sobre temas tan distintos como el muro, las relaciones Trump/Putin o su falta de cariño a la ahora desaparecida Melania, pero lo hacían usando las mismas palabras, solo cambiando el tono de la voz.

El académico Tom Rosentiel lo dibujó muy bien al hablar del papel del periodismo como perro guardián. No se necesita que ladren a cada auto dijo, sino que le ladren a lo esencial. Rosentiel cree que en épocas turbulentas como la actual se deben diferenciar las noticias de las opiniones. El Centro de Investigación Pew sobre Medios respalda su posición. Un sondeo reveló que un 69% de la gente quiere que la prensa se encargue de verificar la información, que se denuncien las mentiras de los funcionarios, pero que también se le presenten los hechos sin interpretación.

El desafío es mayúsculo en época de crisis y polarización como esta, en la que se han acuñado nuevos términos como post verdad, hechos alternativos y noticias falsas. Para combatir esta tendencia, también el público debe estar abierto a escuchar otras tendencias, perspectivas y no quedarse en la comodidad de escuchar y leer solo lo que sintoniza con su opinión.

El periodismo debe seguir siendo contrapeso o abogado del diablo de las mayorías, exponiéndole los puntos de vista y las voces de las minorías. Tiene que alejarse de la sabiduría convencional y regresar a sus fuentes: Investigar con rigurosidad, denunciar con precisión e iluminar con altura. trottiart@gmail.com


enero 27, 2017

México abofeteado, aturdido y humillado

Las mañanitas ya no son tan lindas en México desde el alud Donald Trump. Desconcertados y aturdidos como boxeador cayendo por nocaut, los mexicanos no entienden porque les llueve tanta hostilidad gratuita desde el norte.

Aquí en México, donde me encuentro de visita, las bofetadas a golpe de tuits sorprenden al lustrabotas como a la ama de casa. Los adagios “del dicho al hecho hay largo trecho” y “perro que ladra no muerde” eran el mecanismo de defensa de un país que creyó, hasta esta semana, que las hostilidades antiinmigrante y la construcción de un muro, solo habían sido una estrategia electoral.

A horas del decreto firmado para construir el muro y la promesa de Trump que México pagaría por él, se terminó la incertidumbre que conllevaban las amenazas. Ante el hecho consumado, ya no importa la construcción de la valla, que al fin y al cabo, también evitará el tráfico de armas que se origina desde el norte. Lo que duele es la humillación de un pueblo que no siente que haya provocado grandes males, para que se le pague con medidas tan desproporcionadas, insultos y agresividad que vale para pueblos en guerra.

Duele el irrespeto de una estridente diplomacia trumpista a fuerza de tuits que ridiculiza a cualquiera sin preocupación por las consecuencias. El presidente Enrique Peña Nieto no tuvo otra opción. Canceló su visita prevista para el martes próximo luego que Trump lo destrozara por Twiter: No aparezcas si no estás dispuesto a costear el muro.

Políticos, académicos y la gente dividieron posiciones sobre si convenía el viaje de Peña Nieto. Lo criticarían si iría o no y lo hicieron cuando canceló “porque se tardó mucho en decidir”. Hacer leña del árbol caído no fue difícil con alguien con tan solo 12% de popularidad.

Más allá de la política, las peores consecuencias se sienten en la economía. Los tuitazos de Trump anunciando indistintamente que cobrará aranceles del 20% a los productos mexicanos, que impondrá tasas a las remesas familiares, que penalizará a las compañías americanas que sigan fabricando o ensamblando autos en el país o que renegociará a su favor el tratado de libre comercio de América del Norte, desinflaron las reservas en 3.000 millones de dólares, desplomaron los índices bursátiles, devaluaron el peso y generaron una espiral ascendente de inflación.

Lo asombroso es que, a diferencia de otros políticos, Trump está cumpliendo las promesas que hizo en campaña. Lo hace, además, con una prédica nacionalista y el favor de unos sindicatos que solían alinearse con los demócratas. Sumado a esta sorpresa y subversión del orden político, aturde con medidas tan rápidas como lo que tarda en escribir un tuit. Fue humillante para los funcionarios de avanzada de Peña Nieto que discutían con su yerno Jared Kushner algunos puntos de encuentro, saber que en el mismo instante en el salón contiguo, Trump firmaba el decreto por el muro. Lo mismo hizo con los Obama. A minutos de despedirlos en el helicóptero de retirada, entró al Salón Oval y firmó con desparpajo el comienzo del fin del Obamacare, un plan que Obama tardó años en construir.

Su estilo, irreverente, intempestivo, unidireccional sin diálogo ni concesiones, alejado de la diplomacia y las buenas maneras que suelen prevalecer entre buenos vecinos, agrava las medidas polémicas o buenas que adopta. El muro y las políticas antiinmigrantes no son nuevas. Bill Clinton inició en 1994 la construcción del muro que hoy tiene un tercio construido de sus poco más de 3.000 mil kilómetros y el “deportador en jefe”, como se alude a Obama, fue quien deportó a más de 2.7 millones de indocumentados. Pese a las buenas o malas razones de entonces, fueron medidas adoptadas con prudencia, pasando debajo del radar de la prensa y lejos de los escándalos.

Difícil es predecir lo que sucederá en las próximas semanas (o en días). El mundo está perplejo ante el avasallamiento de Trump a todos los inmigrantes sin distinción de credos y colores. México – así como otros países centroamericanos directamente afectados por el muro y otras políticas antinmigrantes adoptadas - está ante una encrucijada política y económica, a merced de un Trump que se ha auto adjudicado la decisión de su destino. Ese abuso, arrogancia y quita de la soberanía es lo que humilla y aturde. trottiart@gmail.com

     

enero 21, 2017

Trump presidente: Formas y fondo

No hay precedentes de una ceremonia inaugural tan conflictiva como la de Donald Trump. Tampoco de su impopularidad al momento de asumir y de la masiva protesta en su contra convocada para el día después.

El viejo adagio “el que siembra vientos cosecha tempestades”, amasado con un discurso visceral y divisivo durante el proceso electoral y la transición, le han pasado factura. Su estilo, las formas con las que denigra y ofende a sus críticos ya sea a micrófono abierto o a fuerza de tuits, ha creado resentimientos y derivado en su impopularidad.

Asumió ayer con un 40% de aceptación, muy por debajo del 79% de Barack Obama y de cualquier otro presidente en las últimas cinco décadas. Si bien la alta confianza favorece el poder de maniobra frente al Congreso y la ciudadanía en las primeras semanas, no es indicativo de una buena o mala Presidencia. El escepticismo sobre el actor Ronald Reagan fue mayúsculo, pero se posicionó entre los mejores presidentes de la historia. A la inversa de Jimmy Carter, muy popular al principio, quedó luego sepultado como uno de los peores.  

Las malas formas usadas por Trump tienen consecuencias. No tendrá los 100 días de gracia o el espacio de maniobra que se acostumbra dar a un Presidente. Nadie fue tan criticado como él antes de asumir y la tendencia seguirá. Tampoco  pareciera importarle; no hay precedentes de un líder que haya movido el avispero y conseguido tantos compromisos antes de asumir. Sus tuits hicieron reaccionar a la OTAN, recapacitar a la Ford y la Fiat para invertir en fábricas en Michigan, elevar las ganancias en la Bolsa; aunque también pusieron a China a la defensiva y hundieron el peso mexicano a su mínimo histórico.

Su mordacidad y arrogancia le ofrecen excusas en bandeja de plata a quienes buscan argumentos para considerarlo un presidente ilegítimo. El legislador demócrata John Lewis boicoteó la ceremonia inaugural; lo siguieron más de cuatro docenas de parlamentarios. El desplante es desproporcional, si es que se recuerda que los demócratas criticaron a Trump en la campaña por insinuar que no aceptaría los resultados en caso de perder frente a ante Hillary Clinton. La prensa, mayoritariamente liberal, esa a la que Trump le acusa de “envenenar las mentes de los estadounidenses”, se volvió loca por entonces contra Trump; pero hoy respalda las decisiones de Lewis sin miramientos.

Hasta aquí las formas. Veamos el fondo. Las encuestas de esta semana del Washington Post, CNN y ABC marcaron un notable contraste entre formas y fondo. Más del 60% de los estadounidenses (proporción mayoritaria de republicanos) confía en que es el Presidente adecuado para hacer crecer la economía, gestionar la reforma tributaria, crear empleos y manejar el déficit presupuestario, dolor de cabeza de las últimas administraciones.

Sus dotes de buen negociador, dueño de una confianza y auto estima desbordante no solo se aplican a la economía. También goza de mayor confianza que la que tuvieron Obama y Bush en la guerra contra el terrorismo. Basta recordar el escepticismo sobre Obama al asumir en 2009; jamás había tenido un trabajo ejecutivo, algo que Trump hace de memoria.

No hay que invocar a la suerte el triunfo de Trump. Tuvo olfato político para seducir a los que él llama “los olvidados”, gente común sin empleos ni esperanza. Destruyó a sus adversarios en las primarias y sus promesas de usar dinero de su bolsillo para la campaña y no cobrar sueldo como Presidente, motivaron a un electorado que cree que el magnate puede “devolverle a EEUU su grandeza” y que está cansado de los políticos de siempre atornillados a Washington.

Habrá que darle a Trump espacio y no dejarse arrastrar por su estilo. Sin embargo él también hacer lo suyo. Su hija Ivanka deberá maniatarle su tuiteo y evitar así resentimientos y batallas diplomáticas innecesarias. Hay sobradas experiencias que vivir bajo aquellos que les gusta el sonido de sus propias palabras (recordar a Cristina Kirchner y Hugo Chávez) es estresante y desgastante, lo que termina polarizando y afectando la salud pública de una sociedad.

Las formas en que se usan las palabras atraen consecuencias y potencian riesgos. Pueden tirar por la borda todos los logros que son parte del fondo. Ojalá Trump modere su estilo y sea eficiente. trottiart@gmail.com


enero 14, 2017

“Trumpsición” y cambalache a la rusa

Para el traspaso de mando del 20 de enero Rusia se apuntó como actor principal en un revival de la Guerra Fría con tramas conspirativas y piratas informáticos, a la que no le faltan mentiras, filtraciones, sexo y chantaje.

Tras una estridente campaña electoral, no se podía esperar menos. Barack Obama dio su discurso de despedida en Chicago y Donald Trump su primera conferencia de prensa en Nueva York. En Miami, un tipo atracó un banco, se hizo filmar en Facebook Live, se escapó en Uber, regaló el dinero en la calle y pidió ir al Congreso para denunciar que Rusia iniciará la tercera guerra mundial, despechada por las sanciones de Obama y la expulsión de sus espías.

En toda esta telenovela, Obama habló de su legado. Resucitó un país quebrado y resistido por la comunidad internacional en su era post Bush; creó mayor conciencia sobre el cambio climático, pero admitió que poco hizo por la igualdad y por la violencia racista que no pudo controlar. Se olvidó mencionar que deportó a 2.7 millones de inmigrantes, más que todos sus antecesores juntos, siendo que ahora, además, eliminó privilegios que tenían los inmigrantes cubanos.

No pasará a la historia como el mejor Presidente, en especial por la falta de transparencia, su materia pendiente. En este final, supo desviar la atención sobre el tema con las sanciones que aplicó a Rusia por el pirateo informático a la campaña de Hillary Clinton. Su promesa incumplida sobre mayor transparencia se agravó con la cerrazón informativa, el espionaje a la agencia de noticias AP y en las redes sociales.

La conferencia de prensa de Trump reveló lo que se sospechaba. No se transformó en más presidenciable. Atacó a la prensa y seguramente sus anuncios y líos diplomáticos seguirán por Twitter, como todos los populistas latinoamericanos que prefieren la comunicación directa, sin filtros ni preguntas.

Sí cambió su perspectiva sobre los rusos y Vladimir Putin. Después de tanta resistencia admitió que el presidente ruso tiene responsabilidad en los ciberataques antes y durante las elecciones. Aunque por esto no debería creerse que Hillary fue derrotada. Como dijo Julian Assange de Wikileaks, fue el contenido de lo filtrado lo que influenció negativamente sobre ella. Hillary cayó porque los electores de Michigan, Wisconsin y Ohio le voltearon la espalda.

Trump aprovechó para victimizarse de chantaje y de una “cacería de brujas” acusando a opositores y a los servicios de inteligencia. En realidad las filtraciones y los ciberataques rusos contra empresas privadas y el gobierno estadounidense suceden a diario y desde hace décadas. Desacreditar al propio sistema no parece una jugada inteligente en el contexto de la geopolítica internacional.

No todos los informes de inteligencia son creíbles – Trump desacreditó los actuales comparándolos con la pifia por las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein que nunca se encontraron. Y en el momento que las elecciones estuvieron influenciadas por sitios de noticias falsas en Facebook, toda acusación, sin evidencias, debe tomarse con pinzas. Sucede, claro, que las falsedades cobran otra dimensión según la relevancia y el tamaño del perjudicado, más aún si se trata de negocios fraudulentos y orgías sexuales como se le sindican.

La conferencia de prensa de Trump le demostró a la prensa que habrá guerra. Trump es díscolo y vengativo, no perdona una coma de más que pueda enturbiar su marca registrada. Además, si se considera que durante una presidencia normal como la de Obama hubo poca transparencia, uno se puede imaginar lo que pasará ahora. Trump repite mentiras como verdades, exagera, es poco transparente al no haber revelado todavía su declaración de impuestos o demostrado en forma fehaciente como evitará conflicto de intereses con sus negocios y tratará de evitar que aparezcan otros soplones como Snowden. Es evidente que se avecina una más estricta cerrazón informativa.


El despliegue que hizo la prensa para checar las exageraciones y aseveraciones de Trump, también demuestra que está preparada. Tiene en su haber hitos mayúsculos en la historia del país y tendrá en este período una tarea superlativa, vigilar y fiscalizar a fondo. Es la única institución capaz de garantizar el equilibrio de poderes y que este cambalache a la rusa no se desborde. trottiart@gmail.com

enero 09, 2017

Obesidad: Guerra a los refrescos azucarados


Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció en 2003 que emitiría un informe sobre lo pernicioso del azúcar y de los refrescos azucarados, el entonces presidente George W. Bush envió a Ginebra al ministro de Salud con un mensaje recalcitrante.

Si la OMS osaba publicar el informe, EEUU le quitaría los $406 millones de subvención al año. Pese a que el informe buscaba reducir los índices de obesidad, la diabetes tipo 2 y otras enfermedades del corazón que se habían disparado en todo el mundo, el informe quedó tapado por el fuerte cabildeo de la industria alimenticia ante la Casa Blanca.

Aquella fue la primera batalla perdida de la guerra contra el azúcar. La siguiente ocurrió en 2015, con un contexto aún más grave, cuando la obesidad y sus enfermedades colaterales ya se asumieron como epidemia, siendo una de las que más vidas cobra en el mundo y la que fagocita los presupuestos de salud pública de cada país. Aquel año, la OMS emitió un informe más contundente, estableciendo que el consumo de refrescos azucarados aumenta en un 275% el riesgo de contraer enfermedades del corazón. A diferencia del 2003, EEUU respaldó aquel estudio y adoptó restricciones contra el azúcar y los carbohidratos refinados en su Guía de Pautas Dietéticas.

La batalla más reciente ocurrió en octubre pasado. La OMS volvió a la carga, pero esta vez con una recomendación más decidida, siguiendo pautas ya adoptadas en algunos estados y ciudades estadounidenses. Propuso a los legisladores del planeta aplicar un fuerte impuesto del 20% al consumo y fabricación de bebidas azucaradas, así como antes se aplicó contra el tabaco y el alcohol.

La controversia fue inmediata. La industria alimenticia alertó sobre la poca información recolectada respecto a la incidencia de los refrescos en la salud, siendo que en Nueva York y Filadelfia ese tipo de impuestos fue revertido. Por otra parte, la discusión giró sobre si los gobiernos deben entrometerse en asuntos que lindan con la libertad individual, al considerar que las personas tienen derecho a consumir productos mientras no afecten la vida de terceros.

Pese a los apoyos y desaires, en 2013 México fue el primer país en adoptar un impuesto del 10% sobre los refrescos azucarados, una de las fórmulas para combatir los altos niveles de obesidad y diabetes en niños. La medida hizo reducir la venta de refrescos e un 6%, pero todavía se desconoce el impacto que ha tenido sobre la salud pública.

Inglaterra aplicará el impuesto a partir del 2018 y lo hará de forma escalonada, según el contenido calórico de los refrescos. Se estima, según las universidades de Oxford y Cambridge, que con la menor venta e ingesta por año, habrá 144 mil obesos y 19 mil diabéticos menos, y 269 personas mil evitarán visitar el dentista.

Así como la industria del tabaco en su momento, la de las gaseosas estuvo siempre dispuesta al contraataque y al fuerte cabildeo, patrocinando cientos de estudios, también de prestigiosas universidades y científicos, que auguran que el consumo de refrescos no interfiere en la salud del ser humano. Para muchos, ese fue un razonamiento inducido por las compañías de gaseosas.

Un artículo de la revista científica de Medicina Preventiva de EEUU reveló que Coca Cola y PepsiCo gastaron 96 millones de dólares entre 2011 y 2015 en campañas de relaciones públicas. Su intención fue mejorar la imagen de sus productos y neutralizar leyes que inducen a su menor consumo. Favorecieron a quienes debían influir o callar, a la Asociación de Diabetes, la Fundación de Investigación de la Diabetes Juvenil y la Sociedad Americana de Cáncer, entre otras.

Aunque todavía no hay certeza si un impuesto será efectivo para combatir la obesidad, el solo hecho que se debata sobre el tema está ayudando a estigmatizar a las gaseosas azucaradas y desincentivando su consumo. La industria de las bebidas ya muestra preocupación por la caída de las ventas, lo que es un buen síntoma.


Esta guerra se adivina de larga data pero es necesario ganarla. Sobre todo, cuando una sola lata de gaseosa contiene 9 cucharadas de azúcar, siendo que la OMS recomienda a los niños no ingerir más de 6 cucharadas al día, por concepto de todo tipo de alimentos, para tener una vida saludable.  trottiart@gmail.

diciembre 31, 2016

2016: Del Chapo a Rubí; la adultez de las redes

Crescendo Ibarra invitó a los dos mil pobladores de La Joya a la fiesta de 15 de su hija Rubí, celebrada el lunes después de Navidad. Terminó dando de comer a más de 30 mil almas, aunque se libró de 1.3 millones que aceptó su invitación.

No fue un error de cálculo. Resultó que su mensaje, “quedan todos cordialmente invitados”, se viralizó por YouTube y Facebook. En un santiamén, Rubí pasó de  humilde paisana mexicana a titilar más que una estrella hollywoodense. Apareció en Le Monde y New York Times. Algunas aerolíneas dieron descuentos para llegar al lugar. Otras empresas regalaron la torta y el confeti. Varias bandas de corridos rogaron por cantar en la fiesta.

El sueño parecía cumplido, pero también fue pesadilla. Las parodias y memes no faltaron. Famosos, sociólogos y críticos del montón aturdieron a la familia que hubiera preferido una fiesta más íntima para Rubí.

El año terminó con esa realidad exagerada; y también había empezado así. En enero, el Chapo Guzmán, pese a ser el narcotraficante más buscado del planeta, se convirtió en héroe de historieta. La gente se rindió a sus pies ante su astucia por escapar por un túnel que ya inspiró varias películas. Y los carteles reclutaron más adolescentes, engañados por el mito de una vida fácil y exuberante.

Pese a que ambos hechos estaban en las antípodas del bien y del mal, las redes sociales los convirtieron por igual en un espejismo de la realidad. Es que su poder de transformar, amplificar, deformar y contagiar se agiganta a cada día.

La omnipresencia de las redes como generadoras de conversación pública, algo que antes monopolizaban los medios tradicionales, se fortaleció en 2016. Esa consolidación, su paso de la pubertad a la adultez, no solo se debió a la mayor penetración tecnológica del internet, sino a las batallas que estas empresas debieron librar.

El mayor de los golpes lo recibieron tras las elecciones presidenciales que ganó Donald Trump. Por primera vez, las empresas propietarias de redes sociales debieron admitir su responsabilidad como generadoras activas de conversación, desde que siempre se autodefinían como simples medios de distribución de información posteada por los usuarios.

El primero en admitirlo fue el dueño de Facebook, Mark Zuckerberg. Después de resistirse por semanas, concedió que su red social es un agente activo y no una simple plataforma pasiva por donde transcurre sin pena ni gloria la conversación. Tras los ataques por haber servido de canal para la propalación de noticias falsas, reaccionó contratando editores, más subjetivos pero más confiables que sus algoritmos y bots, para diferenciar mejor lo falso de lo verdadero.

Además de esa estrategia ética y editorial, también debió defenderse de ataques legales. Hace unos días, los familiares de las 49 víctimas masacradas en junio en un bar de Orlando, demandaron a Facebook, Twitter y Google bajo el argumento de que dieron apoyo material al terrorismo internacional, al permitir la distribución de propaganda del Estado Islámico, el grupo terrorista invocado por el agresor.

La demanda difícilmente prosperará. Primero, porque estas empresas hace rato que de motu propio, vienen desarrollando sistemas complejos para evitar que los grupos terroristas recluten sicarios y recauden fondos. Y también, porque los jueces estadounidenses necesitan pruebas contundentes e individuales para censurar el beneficio social que acarrea la libertad de expresión, especialmente en internet.

De todos modos, desde una óptica objetiva, las redes sociales no son otra cosa que la caja de resonancia de la conducta humana, plagada indistintamente de valores y de vicios. Así como algunos las utilizan para exagerar, mentir y delinquir, otros las usan para abrazar causas positivas, ya sea distribuyendo verdades, pensamientos altruistas o apoyando campañas como las de #NiUnaMenos o #BlackLivesMatter.

Esta dualidad entre lo negativo y lo positivo, remarcada sin distinción por la idolatría al Chapo y a Rubí, se acentuará en este 2017. No será por alguna razón específica, simplemente porque las redes sociales, las que existen y las que se inventarán, se han afirmado como el nuevo foro de comunicación donde viven, se palpa y contagian los conflictos. trottiart@gmail.com


Cambalache digital y la desinformación

  Les comparto una entrevista que me hizo el periodista Pedro Gómez de ABC Revista de ABC Color, periódico de Paraguay. Agradezco también al...